Las buenas intenciones no ponen huevos

Ni las gallinas engordan sin alimento estable, por muy rústicas que sean

En mi infancia hubo incubadoras de pollos que a mí me parecían arte de magia sin sombrero. En un ranchito del patio, mi papá obraba el milagro que no entendía del todo: solo sabía que no podía tocar los pollitos ni corretear mucho allá dentro y que, si me portaba bien, podría en las tardes tirarles rollón a los polluelos que ya habían crecido y el domingo menos pensado terminarían en una sopa donde la molleja sería la guinda de aquella enjundia.

Así transcurría un “período especial” que ahora mismo yo dudaría “incubar” en el balcón de mi cuarto piso, en el hipotético caso de que tuviera bombillos asequibles, corriente permanente, maíz, arroz, semillas… De tal suerte, mi hija ha crecido sin tener muy claro cómo sabe una molleja y cuándo una sopa es rica por ser de gallina criolla. Esa que ahora nombramos semirrústica y pretendemos criar a gran escala para repoblar, otra vez, nuestros patios.

El atajo se presenta desde la Empresa Avícola y una estrategia que sitúa en las granjas municipales dichos animales con unos 80 días de nacidos y alrededor de los 170 podrían empezar la puesta de unos 200 huevos al año, como promedio. La alternativa parece viable, además, porque la alimentación no tiene que ser exclusivamente con piensos y se espera que, precisamente por ello, otras entidades asuman la crianza de sus propias aves.

Grosso modo eso era lo que en más de una reunión se conjeturaba desde el año pasado, cuando se planificaba lo que debía, y tenía que ser, el 2023 avileño. Pero las buenas intenciones no ponen huevos: ni las 50 000 gallinas anunciadas fueron una realidad, o lo han sido en su totalidad, ni la comida ha estado disponible todo el tiempo, y para que una alternativa sea viable el entusiasmo y lo indicado desde los altos niveles, no alcanza.

• Invasor lo había insinuado antes:

Aquí ha fallado el alimento y Leyda Martínez Arnáez, la directora de la Empresa Avícola, no ha podido “contentarse” con el hecho de que sea un problema —otra vez nacional— por dificultades en el acceso a las materias primas para elaborar los piensos nacionales. No mira la “paja en el ojo ajeno”; otras provincias donde ha sucedido lo mismo o peor.

Si bien ella rehúsa emplear el término sacrificio —pues la matanza de aves por falta de comida no impidió que se aprovecharan en la venta a organismos o la entrega al consumo social— sí ha significado un duro golpe a las finanzas y a la proyección futura. Más de 5000 aves matadas significaban, de algún modo, crecimiento, amén de que en Florencia y Primero de Enero todavía queden 5000 ejemplares y cuenten con los reproductores para retomar la cría extensiva…, si a mediados de agosto se estabiliza el alimento.

Por ahora, la incertidumbre ronda las naves y las pérdidas planificadas de más de 24 millones de pesos que la entidad había logrado reducir en unos 9 millones, podrían volver a cebarse. Si antes la alternativa de las gallinas rústicas y la comercialización de sus huevos a precios diferenciados les otorgaba autonomía y contrarrestaba las pérdidas en la que incurrían por los costos de producción del huevo de la canasta básica (vendido a precios inferiores a su costo); ahora la entidad avileña, retorna al foso del que venía “saliendo”.

Y ese no parece ser hueco poco profundo. A inicios de año, Alexis Rodríguez Pérez, director de Economía Agropecuaria y Desarrollo del Ministerio de la Agricultura admitía al diario Trabajadores que las soluciones adoptadas para evitar pérdidas en el entramado empresarial todavía dejaban pendiente a las cuatro procesadoras de pienso del país y a las 15 productoras de huevos; las que “dejan de ingresar mil millones de pesos por inestabilidad y poca calidad de la alimentación y porque la mayoría de las ponedoras son viejas. Contra la incubación inciden la falta de medicamentos y vacunas; al no haber incubaciones no hay reemplazo”.

Tal panorama en la cría intensiva pretendía atenuarse con la alternativa criolla, que ya comienza a padecer de los mismos —y viejos problemas— porque las unidades avícolas de la provincia son centros de ponedoras, no áreas sembradas de maíz, girasoles o procesadoras de pienso. Que lleven menos volúmenes de alimentación y se críen en condiciones más naturales no significa que sean aves salvajes o de rapiña.

Solo un niño podría creer que los pollitos se incuban por arte de magia o las gallinas ponen huevos por entusiasmo.