La comida del día después

Cinco siglos después podríamos devolverle a Descartes una máxima tan o más categórica que la suya: me alimento, luego existo. Pero, ¿de dónde saldrán los alimentos?

Cuando esta pesadilla de la COVID-19 pase ―porque pasará, no lo duden―, no habrá tiempo para lamernos las heridas en el ámbito económico. La decisión del país de mantener cierta vitalidad en el sector productivo, conminando a todos a cuidarse y prevenir cualquier riesgo sin dejar de cumplir los planes pactados, podría interpretarse como una tozudez en medio de esta crisis de salud física y hasta mental, mas debemos entender que se trata de la supervivencia nacional.

En este contexto de incertidumbres, enunciadas por el ministro de Economía Alejandro Gil Fernández hace solo unos días en la Mesa Redonda, lo único claro es que para mantenernos a flote habrá que desempolvar viejas prácticas a las que, por cierto, ha regresado medio mundo, no ahora que el nuevo coronavirus lo ha puesto todo de cabeza, sino desde antes, cuando la conciencia sobre el rumbo errático del planeta en materia de sostenibilidad ambiental daba señales de alarma.

Dijo el ministro que tendremos que potenciar la agricultura urbana, suburbana y familiar, y por supuesto habrá quien mastique entre dientes aquello de que no estudió para agricultor y no quiere ensuciarse las manos de tierra. Pero no se trata de un capricho ni una alternativa desesperada para paliar la escasez, sino de la perentoria urgencia de responder a las crecientes necesidades de la población en materia de soberanía alimentaria.

Y por supuesto que no es un invento cubano. La mismísima Organización Mundial para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), reconoce que la existencia de 1 500 millones de organizaciones de pequeños productores agrícolas y forestales significa un cambio de paradigma en la agricultura extensiva y de monocultivo, tan vulnerable al cambio climático y a pandemias como esta, que obligan a la gente a volver a sus espacios más íntimos para salvarse.

Mitigar los efectos del Covid-19 en el comercio y los mercados de alimentos. Lea la declaración conjunta de los directores generales de la FAO, OMS y OMC.

Si el filósofo René Descartes en su Discurso del Método había planteado la icónica frase Cogito ergo sum ―en realidad la escribió en su lengua natal, el francés: Je pense, donc je suis―, que mal traducida se impregnó en la sabiduría popular como “pienso, luego existo”, anteponiendo al ser la conciencia del ser; cinco siglos después podríamos devolverle una máxima tan o más categórica: me alimento, luego existo.

De hecho, las colas, unas veces ordenadas y otras caóticas de los últimos días, por no decir meses, nos han demostrado que la búsqueda de alimentos constituye una variable de peso incluso en situaciones límites como la que estamos viviendo. Las personas se exponen y, aunque siempre hay quien lo hace por baja percepción del riesgo o lucro, la mayoría está tratando de garantizar un mínimo de recursos para el día después.

• Recomendaciones de la FAO para la seguridad alimentaria en tiempos de la COVID-19.

El comentario popular deja entrever los temores y las pocas certezas de las que hablaba el ministro Alejandro Gil. Cómo responderá el país al siguiente minuto de haber controlado la emergencia de la COVID-19, cuándo será ese momento, son respuestas que no están en ninguna gaveta. Y aunque Cuba hará de tripas corazón y garantizará mínimos indispensables, teniendo en cuenta su capacidad financiera y crediticia, deberíamos comprender que de las situaciones de crisis surgen soluciones y la apuesta por una agricultura de pequeñas parcelas y diversificada no es descabellada.

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Desde septiembre pasado, cuando el recrudecimiento del bloqueo y la persecución de tanqueros en los mares cercanos llevaron a números imposibles la disponibilidad de combustibles en el país, no pocos abrieron las carpetas de la memoria donde los recuerdos del Período Especial permanecían intactos. De ese tiempo, sin embargo, prefiero traer al presente la iniciativa de mi padre de sembrar maíz, yuca y frijoles en el pequeño jardín de la casa.

Estoy hablando de unos pocos metros cuadrados que dieron, sin embargo, un alivio al menú en el que, un día sí y otro también, había fufú de plátano, un poco de arroz y algún huevo de las gallinas del patio. Yo no tengo jardín, pero me he improvisado unas macetas en el balcón y ahora estoy buscando unas semillas de acelga.

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