Jorobas del egoísmo

PasosPastor Batista ValdésLas corvas de la vida pueden aliviarse con la medicina de la solidaridadCaía la tarde. Con la cabellera y el ánimo revueltos se fue “de pesca”. No recordaba una jornada más agradable desde que las canas aparecieron. ¡Al fin!, lograba completar los enseres de la cocina. “¡Qué tacitas de café más bellas! ¡Deja que mi nieta las contemple!”, se decía la anciana meditabunda, mientras recogía aquellos recipientes sin asa en el vertedero. 

Regresó bajo el pertinaz efecto de la chikungunya. Únicamente se tomó un respiro, antes de asumir los quehaceres que no podía delegar en terceros. Porque no cuenta con ellos en la reducida familia, ni en el barrio.

Algún que otro lector, ajeno a estos abismos sociales que gradualmente han ganado terreno, podría objetar que la anécdota no guarda relación con la realidad, pero quien esgrime estas líneas tendría que rebatirle.

No es la situación de todos los que, por diversas causas, han visto reducido el círculo familiar más cercano, dado que abundan vecinos como la joven que hace unas horas asumió como si fuera suyo el bulto de ropa sucia de Nena, cuando ella no tiene presión en sus manos y exprimir y tender las prendas se trasmuta en tortura.

Sitios digitales como el de la Organización Panamericana de la Salud explican que el término chikungunya proviene de la lengua africana makonde, y significa “doblarse por el dolor”, de ahí que se le identifique como la enfermedad del jorobado.

Pero a juicio de quien ahora comenta, otras jorobas preocupan aún más, ¡y mire que la chikungunya joroba! Me refiero a las que evidencian que las fibras sensibles que deben distinguir a los seres humanos se debilitan en el entramado social cuando debieran fortalecerse porque se disparan a niveles alarmantes las carencias materiales, y el alza de los precios en los mercados a los cuales se tiene acceso.

Una opinión, la de Kenia María Valdés Rosabal, magistrada de la Sala de lo Civil, Familia y Administrativo del Tribunal Supremo Popular de la República de Cuba, emitida en diciembre de 2022, definía entonces “que la protección de las personas en situación de vulnerabilidad también depende de la solidaridad social, más que de las leyes en general que, en esta materia, nada dicen si no evoluciona la conciencia humana para hacerlas valer de forma efectiva, desde el entorno familiar, la comunidad, los ámbitos laboral y social”. 

Agregaba la especialista que la auténtica inclusión y salvaguarda de los derechos “en plano de igualdad” es la que pasa por los afectos, la comprensión y satisfacción de las limitaciones, necesidades y preferencias de los más necesitados.

Es cierto que entre los objetivos actuales del Programa de gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía en Ciego de Ávila se incluye el que se propone “consolidar y desarrollar las políticas sociales, garantizando la protección a personas, familias, hogares y comunidades en situación de vulnerabilidad”.

Y que en correspondencia se han previsto determinadas acciones, encaminadas a resolver, o al menos atenuar, determinadas carencias o debilidades. Podría ejemplificar con la entrega de comida elaborada, la atención personalizada a casos sociales, o la eliminación de pisos de tierra en viviendas precarias. Pero ninguna de esas aristas puede solucionar de modo integral las situaciones que se presentan en el día a día.

Más allá de que se trata de un objetivo sumamente abarcador, salta a la vista que las estructuras gubernamentales emprenden las tareas diarias —en las cuales abundan, además, los imprevistos y las contingencias— de la mano de acompañantes no gratos, que van desde las plantillas incompletas en cuanto a los cargos decisorios, la insuficiencia de combustible y generación eléctrica, hasta la falta de profesionalidad o manifestaciones de corrupción de algunos, porque de nada estamos exentos en la viña del señor.

Así que, pensar que “el gobierno” lo va a resolver todo sería un enfoque, cuando menos, carente de objetividad. Y en esta dirección no puedo menos que relacionar las insuficiencias locales con las del país, ahora, cuando Gerardo Hernández Nordelo, Héroe de la República de Cuba y coordinador nacional de los Comités de Defensa de la Revolución, insiste en activar por todas las vías posibles la ayuda a las provincias del Oriente cubano, tras los devastadores embates del huracán Melissa. 

Como el día a día resulta agobiante para la mayoría de la población, es obvio que desprenderse como verdaderos altruistas de lo que también necesitamos no es asunto de coser y cantar. Sin embargo, tengo la percepción de que aún en las actuales circunstancias, a muchos nos falta el gesto imprescindible para que el otro no se hunda aún más, e incluso, salga a flote; el gesto que, a fin de cuentas, también puede fortalecer, dotarnos del oxígeno necesario para respirar a pulmón lleno, lo mismo mediante la ayuda a los de aquí, como a los de allá.

Ahora que se acerca el 31 de diciembre, Silvio Rodríguez parece tararearme al oído su Canción de navidad, especialmente las líneas en la que afirma que “tener no es signo de malvado/ y no tener tampoco es prueba/de que acompañe la virtud”. Sin embargo, creo en la posibilidad real del mejoramiento humano, en el regalo que significa el acompañamiento de la virtud que sí distingue a los grandes de espíritu, en aquellos casos en los cuales se haya ido a paseo, casi sin darnos cuenta.

Suplantar las jorobas del egoísmo por el placer que proporciona ayudar al prójimo es una opción tan saludable como necesaria, y en este punto, vale recordar a nuestro José Martí cuando se dirigía a los niños de América mediante su revista infantil La Edad de Oro: “Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien o se ha dicho algo útil a los demás”.