Cuando despedimos el 2020 debimos pensar que era eso, una despedida, que se nos borraría el miedo y el encierro. Que diríamos adiós y podríamos, al fin, volver a besarnos en calma, con el tiempo.
El tiempo, sin embargo, nos fue postergando cada beso, los abrazos se hicieron aplausos y, ni coincidiendo todos a las 9:00 de la noche nos alcanzó el gesto.
Nada como apretujarse de pecho.
Y nada —creíamos— como el fatídico 2020, hasta que vino el 2021 a quitarnos la razón, tristemente.
Amanecíamos, entonces, el 1ro. de enero, en Ciego de Ávila, con 10 casos positivos, por si alguien, en su festejo del “que sea lo que Dios quiera”, se había olvidado de la fría paradoja: la gente que más se quiere es la que más lejos debe tenerse.
Esa locura, que rompía con la calidez ancestral del “cubaneo”, no pudimos quemarla con el muñecón del barrio o tirarla con el cubo de agua que se llevaría lo malo, aunque muchos parecen haberla superado y están hoy más preocupados por la libra de cerdo en pie que por el estornudo del vecino que le trae una “colaíta” de café.
No aprendimos a convivir con el virus y, luego de cientos de muertes, seguimos con nasobucos de babero, mientras ómicron se escurre entre fronteras y aterriza en Cuba alarmándonos con noticias que, al instante, nos devuelven a una normalidad tan eufemística que le pusimos nueva al no saber cómo re-nombrarla.
En estas fiestas, de diciembre de 2021, nadie se debate en esas “disquisiciones”
Éxito indiscutible de Dayanis Gutiérrez en Jornada de la Cultura de Pina. Las Fotos de Saulo Castillo dicen más... Apúntalo. #CiroRedondo #Cuba #CubaVive #SomosCuba #CubaEsCultura #TenemosMemoria
Posted by Eldy Mariño Córdova on Saturday, December 11, 2021
El domingo pasado mi amigo Jesús le tocaba las puertas a esta “nueva era” quedando con la perplejidad de siempre, esa que se resiste a cambiar de fase y etapas, quizás porque cada vez que pensábamos que lo peor ya lo habíamos vivido, la confianza volvía a dejarnos expuestos y vulnerables.
Creí que exageraba cuando contó que trasladó al médico que haría los PCR a viajeros recién llegados y, sólo en la mañana, de 14 intentos en la zona Norte, más de la mitad no pudieron ser. La mayoría no estaba en casa, y los que sí estaban, estaban rodeados de familiares. Todos sin nasobuco.
Advertido de que escribiría del asunto, narró secuencias para un reportaje. Peor. No pude sosegarlo, y es probable que narrándolo tampoco consiga cambiar el curso de otras escenas por venir (algo que ha demostrado Invasor durante casi dos años). La irresponsabilidad supera con creces nuestra capacidad de asombro y denuncia.
Yo, de verdad, hubiese querido escribir algo lindo, despedir el año sin nervios al borde y de punta, a pesar de que la inflación venía acelerándolos desde que los ajustes del Ordenamiento devaluaron la moneda y la escasez de oferta multiplicó cualquier predicción.
Con esas tensiones teníamos demasiado aliño para “adobar” el fin de año...
No pude, no puedo: ya era suficiente con mirar atrás y recordar a los que no están; entender que unos fallecieron salvando a otros y que hubo familias que, de un tirón, se perdieron unos a otros. Horrible pensar que los que murieron antes se “salvaron” de sufrir las muertes del después, y qué consuelo tan sórdido y horrible para los sobrevivientes que, aun así, deben sentirse afortunados.
Qué año para tanta gente que, por más que cierre la puerta del 2021, tiene todavía el alma de par en par, inundada de nostalgias. Eso tiene la supervivencia. Te recuerda lo que queda y lo que se va, echándote en cara la crudeza y la dicha, en paralelo.
Te obliga a mirar con lupa detalles que, ante lo efímero, pasarían inadvertidos en sus extremos. Por ejemplo, una marcha multitudinaria, un concierto, mascarillas que bailan, al tiempo que una escuela aplica un régimen inconcebible.
Aun cuando se ha indicado que los recesos podrían ser escalonados, hay escuelas de patio inmenso a donde los niños podrían ir a recrearse —debajo de árboles más distantes que la silla, en ambientes exteriores, más seguros que el interior del aula—y, no obstante, la salud de los pequeños ha pasado por “dejarlos sin receso” todos los días, después de un año de encierro. Mientras, a los adultos seguimos llamándolos al autocuidado.
Pero una se superpone a tales incongruencias y a tantos dolores, y agradece finalmente la buena vibra de quienes logran embriagarnos con su espíritu navideño y sonreír, a pesar de que el año haya sido una mala palabra de esas que mi abuela, decía, no cabían en la boca de una niña decente.
Entonces disimulo y lo escribo así: Hasta nunca más, 2021.