Fidel y el Premio Nobel de la Paz

Fidel Castro Hace dos años partió a la eternidad el líder histórico de la Revolución Cubana. Quizás pueda parecer fuera de tiempo, cuando ya no está físicamente entre nosotros, hacer referencia al tema, pero siempre sentí la nostalgia, y me preguntaba el por qué a Fidel no se le había entregado el Premio Nobel de la Paz, con todo lo que hizo por ella y por preservar la especie humana.

Según cuenta la historia, el Nobel se creó en 1901, y en 1936 se le otorgó al argentino Carlos Saavedra, hasta entonces solo habían sido estadounidenses o europeos los agraciados, como si la paz fuera anhelo exclusivo para determinadas razas u orígenes.

Hubo que esperar 24 años para que, en 1960, al sudafricano Albert Lutuli se le entregara el premio, convirtiéndose en el primer africano homologado, parece que en ese período ningún estadounidense o europeo se destacó, a pesar de que, entre 1937 y 1948, Mahatma Ghandi fue nominado en cinco ocasiones, y no fue elegido en ninguna. Ante el clamor popular, el comité de sabios reconoció que lo olvidó, pero no valió de nada para el hombre que, después de la paloma, más se ha utilizado, en la pasada centuria, como símbolo de la paz. Ghandi no lo recibió.

“(…) al que se puso de raíz de su tierra y dio a su pueblo el derecho de codearse con los hombres, se le quiere, como esa cosa de las entrañas (…) se le abre para que por él se entre, nuestro corazón”. José Martí

En el tiempo, distintas personas, recogiendo proposiciones de diversos movimientos sociales y personalidades del saber, se dieron a la tarea, teniendo en cuenta sus sobrados méritos, de proponer a Fidel como Nobel de la Paz.

Con todo respeto para aquellos que lo han merecido, ese premio no parece que se hizo para hombres del pensamiento de Fidel, porque no se creó, o no se otorga, por los logros relevantes obtenidos en el campo de la Salud, la Educación y respeto por los derechos humanos, entre otras grandes virtudes del líder latinoamericano que trascendió a sus fronteras, pero que nació en Cuba y se enfrentó al poder del imperio del norte revuelto y brutal, como lo llamó nuestro Apóstol, y condujo a su pueblo a resistir el bloqueo más fuerte y largo de la historia; como si fuera poco, lo trataron de asesinar, sin conseguirlo con todos sus medios sofisticados, en más de 600 ocasiones.

Ignoro si lo hicieron desde su inicio o si fue siempre la intención de quien le dio el apellido, pero en poco tiempo los Premios Nobel pusieron en evidencia sus vergüenzas, con reconocimientos intolerables.

En Memorias del Fuego (II Tomo) cuenta Eduardo Galeano algunos de los méritos que hizo el expresidente estadounidense Teddy Roosevelt para obtenerlo: “Teddy cree en la grandeza del destino imperial y en la fuerza de sus puños. Aprendió a boxear en Nueva York para salvarse de las palizas y humillaciones que de niño sufría por ser enclenque, asmático y muy miope, y de adulto cruzaba guantes con los campeones, caza leones, enlaza toros, escribe libros y ruge discursos.”

“En páginas y tribunas exalta las virtudes de las razas fuertes, nacidas para dominar, razas guerreras como la suya, y proclama que en nueve de cada diez casos no hay mejor indio que el indio muerto (y al décimo dice, habría que mirarlo más de cerca). Voluntario de todas las guerras, adora las supremas cualidades que, en la euforia de la batalla, siente un lobo en el corazón, y desprecia a los generales sentimentaloides que se angustian por la pérdida de un par de miles de hombres. Este fanático devoto de un Dios que prefiera la pólvora al incienso, hace una pausa y escribe: ningún triunfo pacífico es tan grandioso como el supremo triunfo de la guerra, dentro de algunos años recibiría el Nobel de la Paz.”

En ese capítulo se encuentran nombres como el de Henry Kissinger, y los israelíes Simón Peres, Isaac Rabin o Menahem Begin, coloreados con el Nobel.

Con estos antecedentes, el pueblo cubano, que tanto lo amó y ama a Fidel, sabe que se fue sin importarle un bledo que no se le haya otorgado un Nobel, ese premio, lejos de honrar, envilece a quien lo obtiene; para él, como lo dejó claro: “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”.

A partir de la década de los sesenta, con honrosas excepciones, los Premios Nobel no han variado mucho su conducta, algunos, por la historia del personaje, preocupan a la sensibilidad del hombre y, en general, a la especie humana en el contexto social. En Suecia, donde se eligen a los premiados, parece que se ignora que en el llamado Tercer Mundo, por carecer de paz, la aman.

Se podrá dudar entonces, con los aires que flotan, con los Bolsonaro y comparsa, el próximo Nobel pueda ser de Donald Trump. ¿Por qué no?