Felices coincidencias

Esta semana comenzó extraña. El lunes parecía domingo todavía, como si el calendario gregoriano hubiera entrado en desuso, violando las normas internacionales ya establecidas (que hasta un ISO 8601 le endilgaron al asunto de por dónde comenzar la semana). Pues andaba creyéndome musulmana o judía, empezando por donde no era. Anticipada o atrasada; depende desde dónde se viva o se crea.

Lo cierto es que era un domingo de nota Sol sostenido quizás o algo parecido en otro tono, porque corría el aire, el sol disimulaba su intensidad, las redes me habían recordado el Día Internacional de la Felicidad, y el lunes amanecimos con el de la Poesía. Para colmo de bienes, empezaba la primavera y un jazmín desde la esquina se bandeaba en olores. Hasta a un borracho en el bulevar le dio por vender conejos.

Conejitos vivos y saltones que merodeaban la raíz de una palmita sin irse a cuatro “conejeadas” de allí. Casi domesticados. Cosa extraña también.

Resumiendo: era un día lindísimo, extrañísimo… al que todos los superlativos le cabían. Estaba henchida y nada parecía bajarme los aires. Por el contrario…

Si miraba los conejos, solo pensaba que hacía un mes había uno a la entrada del bulevar, tan asustadizo y extraño que una amiga lo posteó en Facebook como lo que era: una belleza inusitada. Volvía a lo extraño: lo más natural del bulevar son los perros callejeros, no los conejos.

Conejo perdido en el bulevar se deja hacer fotos. Después de todo los lunes no son tan malos. La foto es robada, pero estaba ahí, de testigo. 📷: Ramón Cabrera

Posted by Lis Lpc on Monday, February 21, 2022

Si un par de desconocidos, con una amiga en común, iban a tener un hijo por haberse enredado, primero, en las redes sociales de Internet, yo me ponía re-feliz por la creación y me decía que por esas historias valía la pena el aguante de todo lo fútil que la gente exhibe y comparte y comparte.

Hoy es el día mundial de la #Felicidad...qué tiempos tan terribles estos (creo que este año he llorado más que en toda...

Posted by Yuliet PC on Sunday, March 20, 2022

Mi bioquímica era un coctel molotov. Toda enamorada de la vida. Con altos niveles de dopamina, adrenalina y norepinefrina y, por supuesto, la serotonina por las nubes. Si ciertamente esa es la hormona de la felicidad yo rompía el “felicidómetro”.

Mi domingo-lunes-martes —porque el estado siguió— se parecía a la trama de esas películas donde todo es maravilloso y el espectador presiente que vendrá un giro dramático para luego cerrar en happy end. Era eso, pero sin el presentimiento. Y era, hasta cierto punto, inducido. Me había impuesto ser feliz después de un triste revés. Era un estado decretado “a la fuerza”, sin norma ISO que oficializara nada. Buscaba inspiración y buscándola la encontré. Feliz moraleja.

Queriendo ser feliz, abriendo solo noticias felices, fui a dar al descubrimiento del martes. “Cinco mil planetas encontrados”. Una exageración de mundos pequeños y rocosos, y gigantes y gaseosos que, aun fuera de nuestro Sistema Solar, me hicieron feliz. Otras posibilidades y esperanzas, menos supremacía y “tierracentrismo”, pensé.

A mediados del miércoles, buscando imágenes, tropecé con la pizarra de cuarto A. Un improvisado plan de clases extras, palabras sueltas sobre las cuales los niños quieren aprender fuera y dentro del aula. Escritas sin orden jerárquico. Muertos de risa con el enamoramiento e interesados en la moda porque sus padres les dejan ver la novela brasileña y por ahí viene la cosa. Filones todos para explorarlos y hacerlos crecer.

Fueron tantas las bellezas y extrañezas de esta semana que no podría escribir de otra cosa. Perdonen la cursilería y la enajenación. Es que exponerse a la felicidad termina siendo un antídoto para recomponernos y enfrentarnos, luego, a todo lo que pueda sobrevenir.