567 000 cubanos y cubanas, en edad económicamente activa, no estudian ni trabajan. No es menor la cifra: representa el 12 por ciento de la ocupación en el país.
La ministra de Trabajo y Seguridad Social, Margarita González, ha dicho que no sería una idea descabellada aumentar, otra vez, la edad de jubilación en Cuba, en un mediano plazo, tomando en consideración el proceso de envejecimiento poblacional que vive el país. Lo comentó al final de su intervención en el XXI Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba y a más de un delegado debió subirle un frío por la columna vertebral, como de susto.
A mí, que no estaba allí, la referencia me llegó en forma de resumen de prensa y me pasó; y eso que yo apenas ando en la mitad de los 30 y todavía no me preocupa demasiado el retiro, aunque a veces me sienta más cansada que una mula de carga. Pero pienso en mi padre que, después de trabajar desde los 17 años, no le alcanzó la vida para disfrutar de su merecido descanso, o en mi madre, que tampoco tiene salud y aún no llega a los 60.
La anterior modificación de la Ley de Seguridad Social, aprobada una década atrás, generó las más disímiles opiniones entre la población trabajadora, pero terminó cambiándose el límite de edad porque ya entonces se advertía el inexorable envejecimiento que hoy provoca sustos. En ese momento la Isla equiparó las edades de jubilación a las de países de otras áreas geográficas con similar comportamiento demográfico. Fue así que establecimos 60 años para las mujeres y 65 para los hombres, con 30 de servicio en ambos casos.
• A finales de 2017, la subdirectora general del Instituto Nacional de Seguridad Social, desmintió supuestas modificaciones a la ley que protege a los jubilados en Cuba. Pero, al parecer, ese contexto podría cambiar.
Y aunque la esperanza de vida al nacer ha continuado creciendo en nuestro país —supera ya los 78 años—, deberíamos analizar otras variables que, de paso, sirvan para el debate nacional que una transformación en el sistema de Seguridad Social requeriría, llegado el momento. Decir, por ejemplo, que, sin calidad de vida, esos años altos no son satisfactorios ni productivos, y que por calidad de vida entendemos la conjunción de factores diversos: desde la alimentación, el estado de la vivienda y el transporte, hasta la incidencia de enfermedades crónicas no trasmisibles.
En este último acápite, las estadísticas son bastante elocuentes. Según el Anuario Estadístico de Salud, edición de 2018, en el segmento etáreo entre 50 y 64 años, las principales causas de muerte son los tumores malignos, los padecimientos del corazón y cerebrovasculares, la cirrosis y las afecciones de las vías respiratorias, en ese orden, con unos 18 000 fallecimientos cada año. La cifra, no obstante, se cuadruplica en el grupo de edades siguiente, más de 65, con tasas elevadas de 4900 defunciones por cada 100 000 adultos mayores. También la prevalencia de diabetes mellitus, hipertensión aArterial y asma bronquial aumenta exponencialmente en ambos grupos, en relación con el resto de la población.
Esto no quiere decir que todas las personas arriben a la tercera edad aquejadas de una enfermedad. Sin embargo, habría que considerar el tipo de actividad que ha desempeñado en su vida laboral, y su estado físico y emocional, a la hora de extender los plazos.
• Lea: Edad de jubilación: argumentos en la balanza.
Pero la intervención de la Ministra aportó un dato más preocupante aún: 567 000 cubanos y cubanas, en edad económicamente activa, no estudian ni trabajan. No es menor la cifra: representa el 12 por ciento de la ocupación en el país. ¿Quiénes son esas personas? Los vagos y mantenidos de toda la vida. La gente que se escuda en el bajo poder adquisitivo de los salarios para no buscar empleo y viven del invento; los que reciben remesas del exterior y aprovechan la dualidad monetaria en su beneficio; las que prefieren (o las obligan a preferir) estar en casa y que el marido las mantenga; los que siguen desfalcando los bolsillos de sus padres… Hay en Cuba hoy, además, 76 400 desocupados y 47 000 interruptos.
Perdón si con tanto número se pierde la esencia de lo que digo. Si estas circunstancias no cambian y no se frena la migración externa — el otro factor que, junto a la baja fecundidad y la mortalidad, nos tiene envejecidos—, un aumento en la edad de jubilación tampoco resolvería los problemas. Al contrario, haría recaer solo en los hombros cansados de los que sí han trabajado y trabajan, con salarios insuficientes y no siempre en las mejores condiciones materiales, el peso de la economía doméstica. Y no sería justo.