El número del numerito

Una madrugada cualquiera. Mas no un bulevar cualquiera, sino el de la ciudad capital de Ciego de Ávila. Se rompe el silencio. ¿Cómo? Fácil: “¡El últimoooooooo! ¡Bueno, si no aparece nadie soy el uno, ok!” Y una respuesta que pudiera traducirse más o menos así: “¡Afstata ftsdld hafudat sdtvnmss asdetnofdia!”, si se tiene en cuenta que hablan muchas personas a la vez.

Y, aunque haya quien diga que eso no sucede, vista hace fe. Este redactor prefirió comprobarlo porque, créame, si se lo cuentan no tiene gracia. Sin embargo, en medio de tanto barullo irrefrenable, la voz de una mujer: “¡Caballero, organícense, que va a venir la Policííaaa! ¡Después no se quejen! ¡Debían dar números como hacen en la Oficoda!”

Emergió entonces en medio del tumulto la cabeza pensante: “Se va a dar un solo número por persona. Se ‘acotejan’ porque el que no esté en la fila se jodió”. Quedó claro. Tan claro como el día que empezaba a despuntar; y tanto como que aquello ya es regla en la vida real, excepción en el discurso.

• También le proponemos: No hay mal necesario ni cola que se le parezca.

Lo que antes era tumulto se compactó más (también lo que era peligro), pero ellos querían sus números. Los de allí para la tienda Agua y Jabón; los de la otra cuadra, para la Reina Azul; los de la esquina siguiente… De lo que sobrevendría no me quedaban dudas: reventa en su máximo esplendor (quise decir precio), y que pare el que tenga frenos, o sea, que compre el que tenga dinero, el que no…

Pero es que dar números se ha vuelto común, algo así como la manera —prohibida o ilegal— de organizar las colas. Y se dan hasta en una bodega (La Margarita). Así lo narra un médico amigo, aunque “lo vieron estos ojos que se los va a tragar la tierra”: “Desde antes del amanecer se forma el molote, dan unos cuantos números para comprar los mandados, mientras la gente espera a que vuelvan a repartir, y el distanciamiento físico que espere que, a lo mejor, le toca en la próxima vuelta”.

¿Insólito? No. Hay más. El otorgamiento de libretas de Abastecimiento de Productos Alimenticios en la Oficina de Registro de Consumidores, Oficoda, también ha usado ese método. Y las personas, necesitadas de resolver su problema —y quizás de buscarse otro mayor con la COVID, que sí es guapa—, se amontonan desde muchííííísimo antes de que el sol dé su primer bostezo para desperezarse y exagerar su temperatura como lo ha hecho en los últimos días.

Y uno escucha y escucha y escucha: “Hay que buscar estrategias, vías, métodos, soluciones novedosas para evitar la aglomeración”, pero seguimos aferrados a las más viejas. Caballero, es que ponerse a inventar cosas nuevas debe agotar, y eso que lo haga otro. ¿Y hacerlo por consejos populares, previa información a través de la radio, en un horario que puede pactarse con su administración para que llegue a todos? ¿Y publicar el cronograma en el Portal del Ciudadano? ¿Y…?

Lo cierto es que el “número” —en el argot popular es la manera de nombrar aquello que es o puede ser arbitrario— del numerito, muchas veces, tiene sus ganancias para algunos que, “de modo inocente”, te dicen: “Si quieres uno para comprar una nevera dame 2 500.00 pesos y te evitas la cola”. O el más “consciente”: Si es solo para comprar comida en El Trópico te lo dejo en 100.00 pesos, así no tienes que aglomerarte”. Y concluye con un acto de fe: “Mira que la COVID está acabando”.

Lamentable es que suceda ante los ojos de todos. Como lo es que luego, en el portal de una tienda, un agente del orden público los use para darle forma a la entrada al establecimiento. ¿Acaso alguien se ha preguntado cuál es el costo económico y social que puede tener una cola?

De ese día, por suerte, se me borraron las marcas del antebrazo (los números que hice en varias colas para tener evidencia de lo que me habían contado), aunque las otras, las que no se ven —eso dicen—, aún las tengo. Las primeras, para dicha mía, fueron hechas con tinta de bolígrafo; las segundas no se caen con jabón o un poco de alcohol. Esas no, son indelebles. Como la impunidad.