El Estado no es culpable

De que saquen un producto de cualquier tipo en las tiendas, y los revendedores y acaparadores se las ingenien, a veces, en complicidad con los propios trabajadores, para comprar más de los humanamente necesarios, y que, después, lo revendan en tres veces su precio original.

De que algunos no respeten las señales de tránsito, y hagan caso omiso a los agentes del orden público y, cuando estos cumplen con su obligación, los insulten, expongan miles de razones tontas para hacerse los inteligentes y se salgan con la suya.

De que los cocheros maltraten a sus bestias como si se tratase de simples objetos de uso que tienen la obligación de hacer su trabajo sin recibir nada a cambio. Ni de que algunos que prestan servicio de transportación cumplan con el más elemental deber humanitario para con los de su misma especie, al respetar las leyes urbanas de convivencia social, y, de paso, con las del tránsito.

De que algunos jóvenes amanezcan en parques y solares con sus altoparlantes que destruyen todo tipo de moralidad, por la música que ponen; y toda estabilidad social, por el volumen de esa música. O que irrumpan en las madrugadas por las calles, quiebren botellas contra cualquier superficie, destruyan el ornato público, y llenen la ciudad de grafitis horribles y de muy mal gusto.

De que no exista una escuela, también de acceso libre y gratuito, para que las personas, como “por arte de magia”, se conviertan en ciudadanos ejemplares y aprendan desde normas de educación formal hasta cómo crear una familia y los deberes que han de cumplir para con sus hijos.

De que con tantas eminencias en la ciencia como tenemos, no exista una fórmula mágica cubana aún para procrear muchos Martí, Camilo, Che, Celia, y tantos otros héroes de nuestra historia.

De que una parte de los trabajadores estatales se pasen la mayor parte de su tiempo laboral haciendo gestiones que nada tienen que ver con contenido de trabajo y que cobren, a fin de mes, el salario íntegro. O que algunos directores decidan, a solicitud de la minoría de sus trabajadores, dar uno o dos días libres, sin estar establecido en el calendario de fiestas y feriados del país, y sin perturbar salarios, pero afectando, de paso, a la economía nacional.

De que las personas no acaben de comprender que la medicina es un bien necesario, y que en Cuba representa un logro de su sistema político. Las deficiencias que pudiera tener, en ocasiones, se ven engrandecidas por las negligencias de algunos, torpeza de otros, y la mala interpretación de aquellos que quieren manchar el buen desempeño de muchos.

De que se aprueben políticas de bien público que se convierten, a la larga, en malas prácticas.

De que algunos artistas se manifiesten en contra de leyes para el control de las actividades en espacios públicos, como el Decreto 349, sin entender que muchos males que ahora afectan la salud y el bolsillo, deberán ser erradicados o controlados con la buena implementación de esta ley.

De que la corrupción haga ronchas en algunos organismos y desintegre, por completo, el buen clima laboral, así como la credibilidad de sus integrantes. O de que este mal se propague, como por genética, de persona en persona y parezca un mal ya sin cura. No es mal solo de este siglo, ni es intrínseco del cubano.

De que algunos colaboradores, en cualequiera de sus misiones internacionalistas, decidan no regresar a la Patria.

De que aún no se tenga una vacuna para incrementar, en una parte de los trabajadores, la moral patriótica o el sentido de la lealtad. Ni que esté estudiando la fórmula para lograrla.

De que los equipos deportivos no consigan rendir lo esperado en certámenes internacionales. De que no se tenga la solución, como en el fascismo, para creer que se pueden crear superhombres y mujeres maravillas.

Nuestro Estado es responsable, más que culpable, de que algunas de estas cosas no salgan como se quiera. El Estado no es culpable, mas todos somos responsables de su buena salud.