Justos por pecadores y eficientes por irrentables. Ese va siendo uno de los saldos que pagamos cuando los cíclicos informes nos dicen que, otra vez, una empresa tiene pérdidas. Porque el lastre sobrepasa a esos trabajadores y, al final, todos, con nuestros aportes al presupuesto del Estado aguantamos las torceduras del “desvío” o el lento camino al desarrollo.
Hay un término que, al menos en papeles, sugiere el socorro a dichas entidades: “transferencias a la actividad no presupuestada”. Ahí cabe la suma que podría interpretarse como el parche de la gotera que, a la vuelta de unos meses, volverá a filtrar sus imposibilidades.
Y en apenas tres años la variación ha sido llamativa. Veníamos de un 2020 donde la Ley del presupuesto destinó 17 196,8 millones de pesos.
Pasamos por un 2021 que debió incrementar esa suma a 48 529,6 millones, en la antesala de un ordenamiento que removió no pocos cimientos, y llegamos a este 2022, donde la transferencia se mantuvo en 39 666,2 millones, una cifra que supera, por ejemplo, los gastos en Seguridad Social.
Un experto colega contextualizaba ese hecho en su justa medida, acotando que tal suma equivalía al 12 por ciento de los gastos totales del fisco y que “antes del ordenamiento monetario, estas inyecciones habían escalado a un 30 por ciento de los gastos presupuestados”.
No obstante, si consentimos que más de la mitad de nuestro presupuesto se alimenta de tributos, como podría ser el impuesto sobre las ventas de productos que pagamos a precios ya prohibitivos para no pocos, una pregunta se impone: ¿hasta dónde y hasta cuándo?
¿Estaremos apuntalando empresas que no pueden ni podrán sostenerse por sí mismas? No las dejamos quebrar ni las extinguimos, no las reconvertimos, no nos aventuramos a sopesar el costo social de su gente desempleada, y seguimos cargando el peso económico de amortiguarla, creyendo quizás que amortiguar el golpe, duela menos. Pero la constancia de ese golpe pudiera ser demoledor a no tan largo plazo.
Hasta ahora los datos no nos permiten esclarecer mucho a escala nacional. Las empresas con pérdidas se dan en números, no en nombres para adivinar reincidentes, y sus montos son eso: montos. De las alrededor de 1700 entidades estatales del país, más de 500 se promediaron con pérdidas durante cada mes del 2021. Y el 2022 arrancaba en su primer trimestre con más de 400, aun cuando el ministro de Economía aludiera a que solo se aprobó que 87 operaran con pérdidas planificadas, por un valor total de 12 657 millones.
En ese pelotón de la retaguardia empresarial caen las que incurren en pérdidas coyunturales, asociadas a factores externos; las que pierden por incompetencia y mala gestión; y las que se mantienen durante cierto tiempo y “no podemos identificar evidentes negligencias o errores de los directivos. En esas el modelo de negocios dejó de ser viable (si es que alguna vez lo fue), y habrá que cerrarlas. Con las debidas protecciones y consideraciones de casos especiales”, acotaba recientemente el destacado científico Agustín Lage Dávila, al referirse a un entramado donde la mortalidad es (o debiera ser) tan natural como la natalidad.
Nada nuevo que no hayamos repetido casi hasta el cansancio, sin noticias de que la repetición haya surtido (mucho) efecto, exceptuando el cierre de los centrales azucareros, polémico a la luz de estos días, cuando incluso solo 23 se someterán a la venidera contienda.
Ese sigue siendo un sector muy complejo que, al menos en Ciego de Ávila, evidencian las cuatro empresas azucareras (Ciro Redondo, Primero de Enero, Ecuador y Enrique Varona), al acumular una pérdida de 223,5 millones de pesos. Eso es más de la mitad del importe total que registraban las 19 entidades del territorio que cerraban agosto con un total de 427 millones 700 000.00 pesos perdidos.
Un informe de la Dirección Provincial de Economía y Planificación reflejaba, además, que ocho de esas empresas pertenecían a la Agricultura, encabezadas paradójicamente por las emblemáticas Agroindustrial Ceballos, con 60,2 millones de pesos, y la Agropecuaria La Cuba, con 53,9.
Sin embargo, tampoco podríamos asumir que todas las que hoy registran pérdidas sean empresas perdidas. La tilde marca sustanciales diferencias que podrían despejarse en un futuro reportaje de Invasor porque, aunque caigan en el mismo saco, no pueden ser tildadas de lo mismo.