Desterrar al menos una mueca

Comenzaba la cola a “echar barriga”. Afuera, disparejas voces canturreaban su canción protesta, de letra profunda y sin más “cuerdas” que las vocales. Ana Belkis Riera Carbonell cantaba, qué digo, disculpen, contaba de sus experiencias en gentíos formados simultáneamente.

Decenas de personas —ancianos en su mayoría— se juntaban en la Farmacia 628, de la comunidad de Orlando González, en espera de comprar el medicamento recién incorporado; en la casilla, para adquirir la jamonada; en el centro gastronómico La Palma, para conseguir pan o yogur, si entraba; en la placita, en busca de las libras de papa; y en la tienda La Comercial, persiguiendo el jabón de baño a 5.00 pesos, pasta dental y frazada de piso. Incluso, había quienes repetían en dos de las referidas multitudes.

Y es así como anda mucha gente. ¡Considerable movimiento! Golpea la ausencia, por ejemplo, de unos 75 fármacos en la “628”, y la inestabilidad de recursos básicos como el jabón de baño y de lavar baratos, y la frazada de piso.

Preocupa, también, el cómo pasar página cada día satisfechos con los alimentos que se llevaron a la mesa.

Mas quiero detenerme en otra batalla: la de vivir fajados. A la intermitencia de varios productos en los establecimientos del Comercio y la Gastronomía avileños, se suma el impudor de algunos dependientes, administradores y hasta de los que, “uno detrás de otro”, componen la cola. Y vuelve a ser culpable la escasez por demanda y oferta. Otra perogrullada. La insolvencia es causada por el incremento de la demanda y la disminución o agotamiento de fuentes o recursos, en gran medida, culpa de un genocida bloqueo económico, comercial y financiero que nos obliga a sobrevivir con menos bienes de los posibles.

Todo esfuerzo del país por reglamentar conductas y posturas adecuadas será insuficiente en este contexto de la compraventa, que hasta los mismos clientes enredan, pues, a veces, los conflictos parten de que estos, por ejemplo, no realizan una valoración justa y objetiva sobre sus relaciones de consumo y se quejan de manera irrespetuosa.

A la tienda La Comercial, entraron, hace algunas semanas, jabón de baño de 5.00 pesos, a tres por persona, pasta dental y frazada de piso, una por libreta de abastecimiento. Y también, a granel, se incorporaron injustas maniobras: puertas cerradas para entrar “de cuatro en cuatro”, flexibilidad en la cantidad de unidades vendidas por consumidor, repitencia de clientes y entrada de personal “colado”, no enfrentada por los responsables.

¿Las prohibiciones de ciertas prácticas abusivas, dónde quedan? Entra un producto y pocos saben en qué cantidad. Es sacado de “a buchitos” del almacén, de forma bastante dubitativa. Ni hablar sobre cómo el dependiente y el administrador desoyen las cuestiones que puedan afectar a los clientes, a base de duelos como “voy a cerrar también las ventanas”, o asumiendo un espíritu contestatario, a lo que el consumidor, consumidor al fin, denuncia.

Insisto, la protección al consumidor toca temas como la calidad del servicio, el conocimiento de los trabajadores, la creación de las condiciones para brindar un buen trato y las vías de comunicación con el cliente. Hoy se habla de personal de contacto que no tiene o no ofrece la información necesaria. Objetiva y subjetivamente, se torna desleal esa relación cliente-vendedor.

De ahí las colas revueltas. Las inestabilidades del mercado alteran los hábitos de gasto y consumo del cubano, y eso crea malestar.

Si no habrá ofertas sostenidas, deberá crearse una relación proveedores-consumidores que permita el acceso transparente de los últimos a lo que, sin ser de ellos, ofrecen los primeros. Y en ese afán de perfeccionamiento, ojalá la Resolución 54 de 2018, referente a la protección al consumidor, logre desterrar cada día, como mínimo, una mueca.