Una experiencia única en el mundo sobre el ejercicio de la democracia cumple 45 años y lleva el sello de la cubanía. El sistema del Poder Popular representa, indudablemente, desde sus concepciones formas diferentes de gobernanzas, despegadas de intereses electorales que proliferan como norma en la mayor parte del mundo.
Es así como vemos a un albañil del municipio de Bolivia codeándose, en la Asamblea Nacional, lo mismo con el autor de Biografía de un cimarrón, un científico del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, o un campesino de las llanuras rojas de Mayabeque; heterogeneidad que ante todo es representación de ese pueblo del que surgieron y al que se deben, al postularlos y elegirlos.
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No obstante, al transcurrir de los años no puede hablarse de una obra concluida, sino en estudio y perfeccionamiento, al considerarse las difíciles condiciones en que se ha desarrollado el proceso social cubano, asediado en todos los frentes por la primera superpotencia mundial.
De la configuración de un mecanismo sin paralelos en el panorama internacional, diseñado por y para reflejar los intereses de las mayorías en una unidad de poderes, pocos pudieran arropar alguna duda de su valía.
Reflexionaba el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en reunión con los presidentes de las asambleas municipales del Poder Popular: “Como el soberano es el pueblo, todos los poderes se desarrollan a través de la participación del pueblo y las instituciones o los órganos que lo representan (...). La fórmula de Cuba es un Poder Popular que es intransferible, que tiene sustento en la soberanía popular y que se articula en la estructura estatal a través de órganos con funciones diferentes”.
En el anquilosamiento de sus ejecutores se erige una de las principales debilidades que lastran su desempeño. Relación que se manifiesta en la pérdida de contacto e interacción con el pueblo, al punto que las vulnerabilidades generan conflictos y contradicciones que urge atender.
Se entienden, entonces, las críticas de la población a los formalismos de las diversas estructuras, en ocasiones con una gestión deficiente o falta de sensibilidad ante los problemas; al quehacer de las asambleas municipales, a las rendiciones de cuentas de los delegados de circunscripción, entre otros.
Los meses de pandemia han traído con fuerza al trabajo comunitario integrado como herramienta en la búsqueda de soluciones desde la movilización popular, junto a la de diversas entidades, en la solución a muchos reclamos de los barrios.
Olvidarnos de ello ahora que la situación tiende a una mejoría leve, o circunscribirlo a determinadas contingencias, vendría a ser como darnos un tiro en el pie cuando ha demostrado sus principios fundacionales de ser método para cohesionar la comunidad, y la formación de valores patrióticos y éticos.
¿Por qué desmontar lo que en las más difíciles circunstancias señaló el camino entre el pueblo y demás “factores”? Si en pocos meses se resolvieron asuntos soslayados por años, ello habla más de la inercia paralizadora de algunos que de la verdadera creatividad y aprovechamiento de los recursos. Es preciso cambiar métodos de trabajo para evitar rutinas, y asumir los problemas desde una visión sistémica que impida su acumulación.
Numerosos son los retos del modelo de Gobierno cubano; en proceso de aprendizaje, eso sí: siempre centrados en garantizar la participación y el control popular efectivos, por las vías que se requieran; allí estará buena parte de su éxito.