De críticas y silencios

Hace pocas semanas un colega del gremio periodístico denunció en las redes sociales en Internet el lamentable estado de conservación de un céntrico edificio en el mismo corazón de la ciudad de Ciego de Ávila. El inmueble acoge hoy una tienda en Moneda Libremente Convertible, y su deterioro y pésimo aspecto resultan innegables.

Pudiéramos debatir durante horas sobre la estética y el cuidado que deben recibir las principales edificaciones de nuestra ciudad, pero eso ya es otra tema. Lo que de verdad sorprende en este caso, y no precisamente de forma positiva, es el debate digital que propició la denuncia.

Como podrán imaginar, aquello se convirtió en un ring de boxeo, y las opiniones no siempre llegaron en el mejor envoltorio posible. Llama la atención cómo algunos de los “comentaristas”, en lugar de referirse y debatir acerca de la imagen de la edificación, tomaron un camino totalmente distinto y se dedicaron a atacar al periodista que planteó el problema.

Fueron una minoría, es cierto, pues el verdadero asunto, el del inmueble mal cuidado, resulta tan visible, tan doloroso, que hacen falta problemas de comprensión lectora, o conflictos de intereses, para no entender la necesidad de criticar sin descanso, una y otra vez, todo lo que afecte y repercuta en el bienestar y la belleza de la ciudad. Ese, además, es uno de los deberes de quienes trabajamos diariamente ante la opinión pública.

A casi siete años de la expansión del Internet en Cuba, la manera en que se dialoga desde las redes sociales continúa siendo una tarea pendiente para nuestra sociedad. En sentido general, el intercambio de ideas tiene mucho que ganar todavía, sobre todo en las plataformas virtuales, para que realmente contribuya a la construcción de consensos, y no solo a la polarización y el discurso de trincheras.

En el ámbito digital, es preciso domar la fiera del algoritmo ―usar la tecnología sin permitir que nos domine― pero, además, arrinconar de una vez y para siempre la mentalidad triunfalista y anticrítica, según la cual si no estás totalmente de acuerdo con mi opinión, entonces eres mi adversario, al menos en el plano discursivo.

Las causas de este fenómeno son variadísimas, y corresponde a los sociólogos brindar un poco de luz al respecto. Quizá influyan el famoso temperamento latino y caribeño de nuestra gente, o las consecuencias psicológicas y sociales de resistir durante más de medio siglo la hostilidad de gobiernos y corporaciones acostumbrados a destruir con un chasquido de dedos la calma y la paz de los pueblos.

A lo anterior habría que sumar las deficiencias en la construcción de una institucionalidad coherente con los retos diarios y los fines del proyecto emancipador cubano, que durante demasiado tiempo asumió aquella lamentable idea de que “criticar nuestros problemas da armas al enemigo”.

Sin embargo, al enemigo verdadero, el que desea aplastarnos y apagar la chispa de los últimos 65 años, lo que de verdad fortalece es el secretismo, la falta de crítica y la complicidad con lo mal hecho, pues a largo plazo estos provocan más daños que el cuestionamiento oportuno, y debilitan la credibilidad del sistema de instituciones públicas de Cuba.

Ya tenemos leyes que regulan la comunicación social y el acceso a la información; el contexto actual exige hablarle al pueblo sin medias tintas ni eufemismos; lo que no se dice en la prensa, termina conociéndose a través de las redes digitales; durante años las máximas autoridades del país se han pronunciado a favor de la autocrítica y de que seamos nosotros mismos quienes señalemos y expliquemos cada deficiencia…

Entonces, ¿cómo puede entenderse que aún existan personas molestas cuando un periodista, o un ciudadano cualquiera, señala un problema que, de tan evidente, se cae de la mata?

Los paradigmas culturales cambian muy lentamente, bien lo sabemos, y allí están el racismo, el machismo y la homofobia para recordarnos cuán difícil resulta eliminar viejos prejuicios. El pensamiento burocrático hay que erradicarlo un poco cada día, desde la verdad y la ética martianas.

Nunca será una pelea sencilla ni agradable, pero el futuro de la Revolución depende de ella. Ante esa urgencia, los silenciamientos solo pueden recibir nuestro repudio.