Como ruleta rusa

Dicen que para apostar solo hace falta un empujón pues, cuando de dinero se trata, siempre habrá manos en tu espalda y muy pocas para ayudarte a levantar. El vicio de la apuesta se mete en el cuerpo como lo hace el cigarro, el alcohol y los estupefacientes, y aunque quien lo porta cree dominarlo, sucede todo lo contrario.

Que nuestra sociedad se divida en muchos subgrupos hace más fácil la clasificación de las personas que, en este caso, se agrupan en quienes trabajan por un salario, en muchos casos, insuficiente para satisfacer las necesidades básicas y los que “luchan”.

Los juegos de azar se asocian a la suerte de unos y las desgracias de otros, porque, como en la vida, unas veces se está arriba y otras abajo, y el que ganó mucho hoy, puede perder el doble mañana. Más, cuando esto depende de un tercero al que es imposible controlar, como los perros, gallos o los caballos, criaturas sobre las que recae el peso de muchas personas, incluidas sus familias.

Los juegos prohibidos en Cuba no han desaparecido del todo

En Cuba, este tipo de prácticas está contemplada en el capítulo XIII, artículo 219.1 y .2 de la ley 62 del Código Penal como delitos que pueden ser penalizados “con privación de libertad de uno a tres años o multa de trescientas a mil cuotas, o ambas” y “si el delito se comete por dos o más personas, utilizando menores de 16 años de edad, la sanción es de privación de libertad de tres a ocho años”, pero, ¿qué hace la gente con la ley?

De personas que creen y practican estos juegos no está exenta nuestra sociedad, así como de aquellos a los que un sueño les vaticina el próximo número a salir y arriesgan el dinero que tienen consigo, incluso, el que no poseen, hasta las pertenencias más importantes como la casa y, con ella, el hogar construido a base de sacrificios.

Pensemos que en una apuesta se va mucho dinero que pudo invertirse en la bicicleta de la niña para ir a la escuela, porque le queda lejos, en la reparación de la porción del techo de la casa que está en mal estado o comida para el familiar que está enfermo y requiere de cuidados exclusivos.

Pero el deseo de recuperar la cifra perdida, incluso, mucho más, ciega, y cuando se tienen en frente propuestas tentadoras, quien está metido en el juego pierde la cabeza y, a esa hora, adiós niña, casa y familia, solo importa ganar cuando, más allá de recuperar, se pierde, y no solo dinero.

Estaríamos engañados si pensáramos que en estos juegos es imposible obtener algún dividendo, porque, poco o mucho, la gente siempre le saca algo. Aquí “resuelve” el que anota el número o las apuestas, el que toma la decisión, el que reparte el dinero y, por supuesto, el que, entre muchos, tuvo la suerte de ser el mejor postor.

Para jugar solo hace falta un pretexto. En diversos escenarios, incluidos céntricos espacios de nuestros pueblos y ciudades, se reúnen quienes apuestan si cruzará la calle primero un hombre que una mujer, o si tal señora se vira el pie, y ni se diga durante los partidos de nuestro pasatiempo nacional, donde se mueve mucho dinero a favor de un posible vencedor.

El juego es una práctica inherente a muchos cubanos que, a falta de Casinos, se crean sus propios escenarios. Practicarlos siempre traerá consigo más daños que beneficios. Es cierto que a la apuesta se va con la jabita de ganar y la de perder, pero tal y como en la ruleta rusa, donde apretar el gatillo puede definir la vida, o, tal vez, la muerte.