Cebando las ganas

Si los cerdos se dieran como se dan las lechugas en el cantero de un balcón, ya muchos de quienes cultivan su pedacito hubieran “sembrado” un cerdo en medio de la sala y lo exhibirían como búcaro, frente a cada invitado.

Pero la hipótesis se desinfla solita, porque las lechugas a base de agua y sol se dan lindísimas, y a los cerdos no les alcanza la fotosíntesis: con la yuca a 5.00 pesos la libra, no pocos dudarían en comprarle un quintal, para luego molerlo o salir a buscar palmiche o comprar un saco de maíz.

Tener un cerdo vendría siendo proporcional a tener más que un patio para sembrar el alimento y que no cueste tanto (o menos) cebarlo, pues en los hogares llevar comida al plato es una opción que no puede desperdiciarse. Lo que queda, si queda, se guarda. Así de ajustados vivimos.

La mayoría de quienes aún persisten en “embarrarse el bigote” tendrían que pagarles a otros, costos reales y no tan reales de la carne: esta semana, que podría no ser la que viene, el cerdo en pie se vendía aquí a 150.00 pesos la libra (y ahí perdemos la merma del 30 por ciento de su peso, como promedio, y se paga igual precio por el lomo y por la cabeza).

Las casillas de Morón, ya lo decíamos, tampoco daban tregua al bolsillo con la oferta de esa carne troceada y más de una tienda avileña en Moneda Libremente Convertible (MLC) ya ha incursionado en la venta, haciendo que el precio de cada libra tenga que multiplicarse por 80.00 para una población que, por mayoría, accede a ellas a través del mercado informal de divisas.

Para quienes reciben remesas del exterior estarían, además, las tiendas virtuales, en las que una libra de masa, por ejemplo, cuesta 11.76 dólares. No pocos preferirían, entonces, recibir ese dinero para canjearlo y disponer de más de 800.00 pesos para salir a comprar la misma libra.

Sin embargo, visto desde la acera del productor, que es adonde primero deberíamos mirar, algunos de ellos han sobrevivido, tanto por las tiendas virtuales, como por las ventas en MLC, que son, en parte, resultado de una venta de pienso, también en MLC, en la que han tenido que insertarse a falta de piensos importados o de contratos serios con la Empresa Porcina.

Ahí está el dato, referenciado antes en Invasor: alrededor de 74 millones de pesos perdió la Empresa Porcina avileña, por vender menos cerdo, y sin el peso pactado. Las toneladas (t) vendidas no suplieron los gastos, agudizados por la diferencia de precios en el costo de la materia prima.

En ese enjambre, muchos porcicultores, a quienes hace más de un año llegó a debérseles unas 7 000 t de pienso, quebraron o se dedicaron a otra actividad con las ganancias que fueron acumulando antes. Lo cierto es que el pienso líquido que aquí se produce apenas alcanza para mantener las 4 000 reproductoras estatales que conservan la genética para, cuando se recupere la porcicultura, poder seguir engordando el destete.

No menos cierto es que los cerdos de capa oscura —al tener menor ganancia de peso, necesitar más tiempo y lograr camadas de cinco a siete crías, mientras que la cerda comercial alcanza 10— no son una solución a gran escala, que urge en un país en descenso productivo.

Lo demuestra el dato macro: de enero a septiembre, la carne en bandas que se entrega a la industria se redujo a la mitad de un año a otro. Según la Oficina Nacional de Estadísticas, pasamos de obtener 70 000 t en 2020, a poco más de 36 000, en 2021.

Y, aunque a nuestro plato podría ir también un cerdo de traspatio, engordado con lo que “aparezca”, la inflación y la escasez ponen en alza cualquier variante y termina sumando la excepción a la regla: o no hay o hay que pagarlo caro. De ese modo lo que la mayoría sigue cebando, son las ganas.