Aullidos en septiembre

septiembreeTomadas de https://www.es.amnesty.org/ y Getty ImagesEstallidos y muerte aquí y allá, constancia de la barbarie Corría el noveno mes del año. El bombardeo del Palacio de la Moneda se iniciaba casi a punto de mediodía. El presidente defendía la autoridad que el pueblo le había entregado.

Con la entrega de su valiosa existencia, Salvador Allende legaba un modelo de conducta el 11 de septiembre de 1973, mientras las hordas fascistas iniciaban un largo período en el que las torturas y desapariciones se pusieron de moda en Chile. 

Crímenes de lesa humanidad, violación de los derechos humanos, miles de personas asesinadas o desaparecidas, caracterizaron 17 años de dictadura militar bajo la égida de Augusto Pinochet.

Otras dictaduras en América Latina secundaron el “ejemplo” pinochetista, igualmente con el contubernio de la Agencia Central de Inteligencia y el magisterio de la llamada Escuela de las Américas.

Pero a las imágenes imborrables de las bombas sobre el Palacio, y los innumerables testimonios de las víctimas del terrorismo en el país andino —un legado de tristeza y dolor que pesa sobre la conciencia humana—, se le agregaría otra horrible masacre en igual fecha de 2001.

Ese día, casi 3000 personas perdieron la vida cuando dos aviones comerciales secuestrados se estrellaron contra las Torres Gemelas en Nueva York. Otra nave aérea caía sobre el Pentágono en la capital estadounidense.

El terrible suceso causó un giro en el mundo. “No sólo llevó a las invasiones de Afganistán e Irak, la fractura del Medio Oriente y el avance del militantismo islámico, sino que también acercó a Estados Unidos a su virtual conversión en un estado represivo de seguridad nacional”, afirmaría en 2018 Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional.

El criterio del reportero cubano partía de las consideraciones de John Duffy y Ray Nowosielski, coautores de un documentado texto en el que afirmaban que la política exterior de Estados Unidos se ha dotado de una estrategia para el exterminio de los movimientos populares en América Latina. 

Del “doble saldo escalofriante” en Chile y Estados Unidos se haría eco el trovador cubano Silvio Rodríguez en su Cita con ángeles, una canción de letra copiosa en la que se enumera un muestrario de “atropellos y desmanes” que debieran poner a hombres y mujeres sobre aviso.

Pero en lugar de una eliminación de intentos con similar catadura, crece el registro de actos de barbarie y terrorismo. Está muy lejos de ser una excepción, el genocidio del pueblo palestino.

A la altura de actos salvajes, como los aquí mencionados, en agosto pasado Washington incrementó a 50 millones de dólares la recompensa por información que conduzca al arresto del presidente venezolano Nicolás Maduro, bajo la novelesca acusación de ser uno de los mayores narcotraficantes del mundo.

La cacería, al estilo de las viejas películas de cowboys, pone de manifiesto la narrativa imperial que sigue al pie de la letra la aseveración del ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels: una mentira 1000 veces repetida se convierte en verdad.

Desde entonces, la oleada de acciones militares y la propaganda anti venezolana se han disparado. Un enjambre bélico que incluye destructores, cazabombarderos, entre otros medios de última generación, pone en peligro la condición de América Latina y el Caribe como Zona de Paz.

Lo de una narrativa que se estructura a partir de argumentos falsos, incluidos hechos inventados, es un recurso largamente esgrimido por sucesivas administraciones estadounidenses desde los lejanos tiempos de la guerra hispano cubano norteamericana.

Doy por descontado que estudiar, comparar y valorar tales provocaciones siempre será mucho más útil e inteligente, que repetir hasta la saciedad, como simios modernos, las afirmaciones y fake news que se propalan desde los grandes centros de poder. 

De momento, más que el recuento pormenorizado de las falacias con las cuales se justificaron posteriores agresiones del Tío Sam a partir de 1898, preocupa cuánto puede significar esta nueva escalada en la región, aunque es obvio que no vivimos los tiempos de las cañoneras.

¿A quién beneficiaría la presencia directa de fuerzas estadounidenses en un vano intento de ocupación del país que acumula las mayores reservas de petróleo del planeta, entre otros recursos energéticos? ¿Cuál sería la reacción de los vecinos de la región, ya presumible a partir de las declaraciones de personalidades y en particular de jefes de estado? 

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En cuanto a una tercera pregunta, resulta innecesaria, porque se refiere a la postura oficial de Cuba y la tradicional respuesta de su pueblo solidario, siempre, con las causas justas.

Aunque parezca a primera vista una fecha traída por los pelos, el pasado día 13 se cumplieron 26 años de que la Asamblea Nacional del Poder Popular proclamara que el bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba constituye un acto de genocidio.

Desde el triunfo revolucionario de 1959, ¿cuántas falacias se construyeron para justificar continuas agresiones a este país, cuyo gran delito ha sido la determinación de construir su propio destino? ¿Cuántas penurias debió encarar un pueblo al que no le puede achacar ninguna agresión a terceros?

La extensa y bochornosa historia de las agresiones, militares o de otra naturaleza, amparadas por el respaldo imperial, cuando no por el protagonismo directo de actores estadounidenses, demuestra a las claras que se trata de un libreto burdamente repetido en el transcurso de más de un siglo.

Pero como nunca antes, el auge creciente del multilateralismo y el clamor de los pueblos es lo que se sobra. Para que los aullidos no sigan perturbando los amaneceres de septiembre.