http://www.cnctv.icrt.cu/2017/07/25/de-inspectores-punto-y-aparte/ Tomó una calabaza que, entre todas, parecía la más saludable. Entiéndase por saludable la que con facilidad atraparía al cliente por su “buena cara”. La colocó en la tierra húmeda y, a cuchillo ¿limpio?, la seccionó en seis o siete pedazos que cayeron al suelo, adhiriéndoseles pequeñas piedras, polvo…, ipso facto los ubicó en un lugar privilegiado de su punto de venta, de modo que llamaran la atención de los posibles compradores.
Quizás en un intento por entender aquella actitud, tan alejada del verdadero significado de la higiene, una señora le comentó a otra que la acompañaba: “Debe ser real la creencia popular de que es necesario un poco de suciedad para que el organismo cree anticuerpos.” Para mi sorpresa, médico ante mis ojos, la mujer la desarmó con una sentencia definitiva: “Eso tiene otro nombre, y tú y yo lo conocemos. Ah, y los anticuerpos son empleados por el sistema inmunológico para identificar y neutralizar elementos extraños tales como bacterias o virus.”
Luego de su explicación se marchó junto con la amiga, quien, tal vez convencida de que no era el sitio idóneo para comprar, había cerrado el monedero; mientras yo me quedaba allí parado, delante de la calabaza, con la incertidumbre de si los paquetes con varias viandas picadas, listas para cocinarlas, habían corrido la misma suerte en el proceso de preparación. ¿Las habrán lavado? ¿O les dejaron los anticuerpos para combatir al mínimo virus? Me ganó la duda. Y me fui.
•Una contradicción con lo que aquí se expresa:
Días después, con la idea de tomar un ómnibus en la Terminal de Ferrómnibus de Ciego de Ávila, con destino a Morón, y atacado por la sed, en una ciudad donde es casi imposible beber un vaso de agua fresca, aunque haya que pagarlo, acudí a los kioscos de venta de alimentos ubicados allí.
De la oferta no podía quejarme; de la limpieza, sí. Y mucho. De los precios, también. Pero, con independencia de la desajustada actitud de mi bolsillo, las condiciones higiénicas de varios de los puntos de venta de cuentapropistas, y del añejo bar El Castillito, fueron las que me catapultaron de aquel lugar con más velocidad que sed.
Sitios donde se friega y el agua sucia es vertida, a través de un tubo de desagüe o manguera, hacia los badenes de la calle, y que luego se estanca en las esquinas; sitios en los cuales las maneras de elaborar los productos no son fiscalizadas por alguien, mucho menos las características organolépticas de estos.
Otros en los que se friega con el mismo trapo con el cual se sacude o limpia el mostrador; vendedores que se peinan, juegan con sus celulares, chiflan, gritan, conversan encima de lo que será vendido…, mientras esperan la llegada del próximo cliente y, una vez este delante, ni siquiera lavan sus manos.
Vino a mi mente el tan llevado y traído, en los medios de comunicación, proceso de capacitación a cuentapropistas; las exigencias para otorgar una patente para la venta de alimentos; y el necesario control de la realidad que pervive ante los ojos de todos, y que, en muchas ocasiones, más que elegancia y satisfacción, es una mueca que burla la tradición gastronómica de nuestra provincia. Y tan conformes estamos, a veces, que nos parece normal lo que a nosotros mismos nos agrede.
Mucho, creo, hay que reevaluar en materia de atención al cliente si se trata de cumplir con la Resolución No. 54 de 2018, emitida por el Ministerio del Comercio Interior: “Quien desarrolla la actividad productiva y de servicios; adopta normas éticas y de conducta; evita prácticas comerciales abusivas o engañosas que perjudiquen la seguridad, salud y los intereses de los consumidores; fomenta y promueve modalidades de consumo sostenibles. El proveedor contribuye activamente a la mejora social, económica y ambiental de su entorno organizacional, tanto interno como externo.”
De lo contrario, no habrá anticuerpos capaces de combatir los ataques que recibe el organismo.