Tomada de www.bez.es
En Cuba, la mitad de las mujeres en edad laboral no son económicamente activas, mientras que la tercera parte realiza quehaceres del hogar, un trabajo no solo no remunerado, sino también desvalorizado.
Es lunes otra vez y ella se levanta a las 6:00 antemeridiano para preparar el desayuno de los hijos que van a la secundaria y a la universidad. Mientras cuela el café, se estira un poco para activar su circulación, adormecida por el colesterol y las várices de sus 50 años. Él se levanta un poco más tarde, se viste despacio y se marcha luego de probar el café.
Ella prepara el almuerzo, lava la ropa, recoge los regueros, sacude los muebles, plancha los uniformes de los hijos… Él asiste a reuniones, llena planillas, da recorridos por la empresa y llega cansado a las 5:00 pasado meridiano. A esa hora ella empieza a cocinar otra vez. Él recibe un salario. Ella, con suerte, las gracias por ser una madre pulpo que compone todos los días el desastre que queda en su casa a las 8:00 am.
Si vivimos en una sociedad que presume del empoderamiento femenino, ¿por qué la historia se repite en muchos hogares cubanos? La respuesta es que, conforme designa el patriarcado, ser ama de casa es una opción casi siempre femenina.
Según el Anuario de Empleo y Salarios 2019, Oficina Nacional de Estadísticas e Información, la mitad de las cubanas en edad laboral no tienen vínculo de trabajo fuera de casa, y en Ciego de Ávila se repite el indicador, con una tasa del 51.1 por ciento económicamente activas. Y lo que es peor: la tasa de actividad económica femenina ha disminuido desde 2013.
Las cifras demuestran que la situación se ha agravado en los últimos años
Fuente: Anuario de Empleo y Salarios 2019, Oficina Nacional de Estadísticas e Información
La Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género realizada en 2016 en Cuba señaló que el 27.7 por ciento de las encuestadas se dedica a los quehaceres domésticos. Y el 30 por ciento de la población reconoce la sobrecarga doméstica como un problema que enfrentan las mujeres.
• Descargue aquí los resultados de la Encuesta Nacional de Igualdad de Género.
Ese 27.7 por ciento realiza trabajo no remunerado. Uno que reúne en personas que llamamos “desocupadas” varios oficios como ser cocinera, encargada de la limpieza, enfermera, niñera, cuidadora de ancianos, maestra, secretaria… Y la dureza de estas actividades depende del tamaño de la familia, la posición económica, el estado de la vivienda, y otras realidades que enfrentan cada día.
Esta multiplicidad de “oficios” contradice los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que pretenden la incorporación de mujeres y hombres por igual a todos los ámbitos sociales, y se une a otros factores que frenan la economía en el país, como el envejecimiento de la fuerza laboral.
Pero a puertas cerradas, en el peor de los casos, es el punto de partida para formas de violencia invisibles, como la económica, en la cual un miembro de la familia (usualmente el esposo) niega o retiene bienes materiales que son por derecho compartidos en perjuicio de otro (usualmente la esposa), porque sus esfuerzos cotidianos, por no producir dinero, no merecen compensación.
Cuando escapa a este tipo de violencia, el trabajo doméstico encierra, por lo menos, padecimientos como la depresión y la ansiedad, y problemas de salud física en la mujer que cuida de todo el mundo menos de sí misma. No es casual que la población encuestada en 2016 reporte problemas de salud con el doble de frecuencia para las mujeres (10.6 por ciento) que para los hombres (5.9 por ciento).
• Para profundizar en el tema de la sobrecarga doméstica lea aquí.
En Cuba, se remunera a las madres cuidadoras de hijos con discapacidad severa, y a la mujer o la familia en caso de viudez o muerte de un miembro trabajador. También, se respalda la licencia por paternidad, para no dar por sentado que es la madre trabajadora quien se queda en casa tras el nacimiento del bebé.
Sin embargo, la población cubana con edad superior a la de jubilación en 2018, que se acerca a los dos millones, supera el total de beneficiarios de la Seguridad Social en casi 300 000, una cifra que pudiera encerrar un alarmante cúmulo de ancianas que, por no contar con años de servicio a la economía, no tienen derecho a pensiones, una garantía que ya se ofrece en países tan cercanos como Ecuador desde la administración de Rafael Correa.
Por todo, menos por el salario, un ama de casa es una obrera: sufre un considerable gasto de energía, se expone a accidentes y cumple una jornada de más de ocho horas, sin días de descanso ni vacaciones. No tiene jefe, aunque no es ama, sino subordinada de la rutina y la herencia cultural, esa de la que debe liberar a sus hijos para no repetir la historia.
Desconozco de la existencia de algún estudio que calcule el valor de las manos que forran los libros de lectura, componen cenas con ingredientes inventados, tienden camas y descansan solo cuando duermen. Por el momento, considero prudente pensar un poco antes de decir, si es el caso, que tú misma, tu madre, tu esposa o tu vecina “no trabaje”.