Al borde de la infancia

Niños ficticios o sobreactuados. Niños espejos donde otros se miran y ellos mismos no se ven. Moldes de la sociedad que tanto criticamos

pubertadPortada del libro Llegamos a la pubertad Mi hija ha dejado de ser oficialmente mi niñita, aunque yo me agarre del último filón de sus 12 y estire su infancia hasta el día antes de sus 13, obviando, a ratos, que la adolescencia temprana también cumple años por estos días; o incluso antes.

Con seis centímetros por encima de mi cabeza, sus pies en mis zapatos, un acné que rompe la piel de “bebecita” y con Wampi a todo volumen, parece difícil que yo la convenza de que celebre el Día Internacional de la Infancia este 1ro. de junio. Y ya lo he aceptado.

A ella ni le pasó por la mente. Reviró los ojos, que es la manera más decente que tiene de desaprobar. O hubiese hecho una mueca si me apareciera con algo rosa, a lo ratoncita Minnie. Es normal, es el cambio, el desarrollo. Y hasta ahí no hay problemas: los niños pasan a ser adolescentes, jóvenes, adultos….

Sin embargo, hay tantísimos padres, e hijos de sus padres, que han confundido las cosas y han visto en el desarrollo una acelerada evolución que quiebra no solo los años, sino la conducta. Quizás los hemos azuzado con aquello de “estate quieto un ratico”, cuando la infancia es movimiento por definición y los niños juegan, exploran, preguntan, se caen y vuelven a empezar.

Tal vez, tan rodeados de adultos, se han puesto a imitarnos y no los hemos salvado a tiempo del peligro de aparentar antes de tiempo; no de madurar, porque el cerebro de una niña sigue siendo el mismo si juega dominó y ve Pinocho, y si baila reguetón rozando sus nalgas con el pene de un niño —y, por favor, no se escandalicen con esta oración, pero sí viéndolo en cualquier primaria un día de fiesta, mientras los mayores aplauden y corean el estribillo que dice así: “Entonces, mami / vente con papi / que te voy a dar manguera / la noche entera”.

El problema mayor, no es escuchar o corear, sino que los padres crean que sus hijos ya están aptos para lidiar con la sexualización de sus cuerpos y con conductas de las que, muchas veces, no son conscientes. El cerebro termina de desarrollarse y de madurar entre los 25 y los 30 años, y, justo la corteza prefrontal, señalan los especialistas, es una de las últimas partes en hacerlo. Esa es la zona donde se aloja “la base congnitiva para diferentes patrones de comportamientos”. De ahí salen habilidades como planificar, establecer prioridades o tomar buenas decisiones.

¿El fin de la inocencia? Sexualización de la infancia

No haría falta entonces una prescripción médica para que los mayores pasemos del “no sé qué tiene este niño en la cabeza” al acompañamiento que debe guiar. A la información de todo lo que les rodea para que, desde las diferencias, entienda que no hay únicas salidas o puntos de vista, y que la autoestima y el respeto deben ser tan habituales como cepillarse los dientes.

Si digo esto es porque soy testigo de cómo mi hija se ha desencajado de grupitos que segregan vestimentas, gustos musicales, consumos digitales… y una larga lista de pasatiempos, aptos para la secundaria y, quizás, un poquito más. Unas veces se ha integrado y otras veces ha impuesto ella su tendencia sin uñas postizas, sin ropa extra corta y con la venia del Instagram, aunque sin sumarse a la ola de niñas empinando nalgas y pronunciando labios o ladeadas siempre para hacer notar su figura.

Instagram lo usa para reels divertidos o interesantes, y porque estar ajena no la enseñará a saber estar. Pero, ¡alerta, padres de niños que se creen adolescentes!, todo puede ser tan simple como un “me encanta” y tan complicado como querer postear solo para encantar. El ser para otros, o según suponemos otros quieren que seamos. Niños ficticios o sobreactuados. Niños espejos donde otros se miran y ellos mismos no se ven. Moldes de la sociedad que tanto criticamos.

Hay un abismo gigante entre los padres cuyos niños de 11-12 (y no exagero) tienen noviazgo formalizado, pues “si no lo hacen en la casa, lo hacen afuera, que es peor”; y padres que explican a sus críos que explorar un beso, descubrir cosquillas y sensaciones es normal, como normal será hacerse cargo cuando estén listos, cuando jugar no sea lo más importante.

Existe una brecha inmensa entre prepararlos para la vida y someterlos a vivir antes de tiempo.