Tras casi ocho décadas de vida, Ángel Morán sigue llevando consigo una pasión que le enseñaron y a la que se aferró como si tratara de hacer crecer raíces
A la luz de los años, no sería dramático decir que a Ángel Morán Paz las tradiciones danzarias le salvaron de una vida aburrida y le pusieron en medio del pecho una pasión por la cual vivir.
“Primero que todo, yo soy instructor de arte”. Se presenta, a media mañana de lunes, en el jardín de la sede provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, tras su reunión habitual en la casa de cultura José Inda Hernández.
Bajo un pensamiento esnob, nadie haría la salvedad de ser instructor de arte cuando pudiera presentarse como artista. Pero la gente como Ángel sabe bien que no es un trabajo menor aquello a lo que dedicó sus años mozos… y no tan mozos.
—¿Tenía alguna vocación por el baile?
—No realmente. Yo vivía en Morón, donde nací, y me enteré por el periódico que estaban convocando para instructores de arte. Tenía trece o catorce años. Ya trabajaba, porque tuve que empezar a trabajar temprano. Pero un amigo mío me avisó de aquello, hice la prueba y pasé.
Cinco años de estudio en La Habana y una graduación por todo lo alto en diciembre de 1964, fueron el intermedio para que, en enero del año siguiente, terminara en Majagua, enseñando lo que había aprendido. Y decimos “terminar” por pura coherencia textual, porque en realidad su vida empezaba, a los 20, con una tremenda misión entre manos.
Una aclaración es necesaria para poder situarnos en la provincia y el país que éramos en plena “década prodigiosa”. Nada del sistema de enseñanza, promoción y acceso al arte y la cultura que conocemos existía entonces. “Ni soñar con una casa de cultura”, acota Morán.
A Majagua llegaron un Ángel y una Angélica, instructores de danza y teatro. “Angélica estuvo trabajando poco tiempo. De momento, la única institución que existía era yo”.
Y la sorpresa le vino cuando le tocó no enseñar, sino aprender. Cuando empezó a trabajar con los aficionados, lo hizo cargado de sus libros, sus estudios y sus apreciaciones. Fue a dar lecciones de danzas europeas y algunas tradicionales cubanas. Pero debió haberse quedado boquiabierto cuando se paró a mirar la riqueza cultural de aquel pueblo al que le habían enviado.
Los bailes, dice, habían cesado al triunfo de la Revolución porque ya no eran un negocio. Pero para el año 66, cuando se celebró la fiesta de los Bandos otra vez, ya podía integrarse todo el mundo. Ya podían entrar personas de piel negra. Se habían hecho realmente populares.
Aunque la tradición fue intermitente en esos años, el empeño de Ángel no lo era. Así se hizo de un local y de niños, adolescentes, hombres y mujeres, ensayos a deshora; logró armar un grupo de aficionados que resultaron una tremenda promesa.
De Grupo de Danza Majagua, pasó a llamarse Cabalgata Guajira en el 67. Trabajaban no solo la danza, sino música y teatro, de conjunto con otros directores artísticos.
Y antes de que de ahí naciera la XX Aniversario, con el prestigio que han ganado, aquel puñado de guajiros anduvo por toda Cuba. Se hospedó en La Habana y actuó frente a las personalidades más relevantes de la época. Pero eso fue en la década del 70.
Como para amarrarse inefablemente a la tierra majagüense, Morán unió para siempre su vida a la de una de las aficionadas. “Es mi esposa hoy en día. Estuvo bailando hasta los seis meses de embarazo y volvió poco después de dar a luz. Tenemos una hija que también bailó en su juventud”.
Era Ángel padre de estreno, y esposo orgulloso, cuando vio nacer a ese otro hijo: el conjunto (entonces brigada artística) XX Aniversario. Parte de sus aficionados y músicos de Camagüey (provincia a la que pertenecía aún toda la región avileña) empezaron entonces a presentarse en todo el país, estrenaron la televisión a color en Cuba e, incluso, se fueron de gira varias veces por Europa.
—¿Cómo era la acogida en esos países?
—Muy buena. Las primeras veces fuimos a los países del campo socialista, pero luego estuvimos en otros como Francia, México o España. Y es ahí, en España, donde mejor se aprecia. A los españoles, sobre todo a los isleños, les gusta mucho ver que nuestros bailes campesinos son muy parecidos a su folclore.
Para los entendidos, los bailes de Majagua son más que cautivadores. Son profundamente arraigados. Muy campesinos. “Los majagüenses son muy celosos a la hora de presentar sus bailes. Cuidan sus movimientos, sus tradiciones”. Y, además, son diferentes entre sí. No es lo mismo una Caringa o un Papalote del bando Azul y del Rojo.
Eso, asegura Ángel, les complacía a sus bailarines de la XX Aniversario. “Siempre respeté sus diferencias. Si se hacía un baile del bando Rojo, se bailaba como ellos lo hacían. Y lo mismo con el Azul”.
Aunque la vida le llevó también a ser metodólogo provincial de Danza, colaborar como instructor de arte fuera del país, ahora trabaja en otro grupo, más joven, de nombre Zama (por el Zapateo de Majagua). Pero la XX Aniversario no le sale del pecho.
Hace poco, durante el evento Danzar en Casa, con invitados extranjeros, a Ángel lo llamaron para impartir una clase en Majagua, abierta al público.
El maestro Ángel Morán, referente de la música folclórica campesina, impartió una clase magistral en los predios de la '...
Posted by Danzar en Casa on Saturday, April 29, 2023
Él aprovechó para invitar a todos los exintegrantes que pudieran ir. Y fueron los más viejos, los que apenas pueden ensayar un paso, pero los saben de memoria. Dedicó un minuto de silencio a los que ya no están, me cuenta.
Ninguna anécdota le hizo emocionarse tanto.