Al abrir sus puertas el siglo XX, y con la inauguración en 1910 del teatro Iriondo, Ciego de Ávila se convierte en plaza privilegiada para la representación de espectáculos teatrales con prestigiosas figuras nacionales y extranjeras.
Surgen nuevas salas, entre las que sobresale el Coliseo mayor: el Teatro Principal, que abrió sus puertas en el año 1927, y, poco a poco, se hace patente el gusto y la preferencia por este arte. Paulatinamente, aparecen prestigiosos teatros en Morón y espacios de variedades en los barrios que conformaban el Término municipal.
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Pero todo no fue color de rosa, como podremos apreciar a través de la historia, pues tanto los escenarios como las pantallas sirvieron para contar otra realidad dentro de la República.
Tal es el caso del barrio José Miguel Gómez, con su poblado cabecera Quince y Medio, en el actual municipio de Venezuela, donde, desde 1917, existió un teatro-cine llamado Apolo, por el que desfilaron importantes figuras del mundo teatral cubano y foráneo.
Esta zona se beneficiaba por la cercanía de los centrales azucareros Stewart y Jagüeyal, un próspero comercio, el ferrocarril de la Trocha de Júcaro a Morón con un paradero oficial, y los pocos kilómetros que la separaban de la ciudad de Ciego de Ávila, tanto que salas teatrales y cinematográficas llegaron incluso a los bateyes de estos ingenios.
Pero en Quince y Medio radicaba la Alcaldía del barrio, la cual tuvo diversas “entradas” y una de ellas, de relevancia desbordada, fue la prostitución, a la que se unieron el juego, la venta de bebidas alcohólicas y las drogas. La gravedad del asunto se acentuaba por el predomino del caudillismo, la politiquería y de un machismo a ultranza, así como por el uso y abuso de pistolas, y el rapto de mujeres —sobre todo, guajiritas jóvenes— por parte de inescrupulosos proxenetas que las iniciaban en la vida sexual.
Tales fueron las complejidades sociales aquí manifestadas que quedaron reflejadas en la literatura cubana, donde aparecen obras cuyos autores escogieron como escenario protagónico este espacio territorial.
La primera de ellas se titula Quince y Medio, narra la historia de una joven mulata, casi niña, violada por un capataz yanqui y vengada por su padre. No tuvo otra salida que el meretricio y, luego, inició relaciones con un apuesto coronel del Ejército Constitucional. Este drama se desarrolla en medio de la interminable lucha política entre liberales y conservadores que dio lugar a la llamada Guerra de La Chambelona. Lorena era su nombre y es considerada en el texto como una de las prostitutas más hermosas de toda la región avileña en su época, cuya vida estuvo preñada de fracasos y sinsabores, viva estampa de la mujer en aquella injusta sociedad.
Por su parte, La Fiesta de los Tiburones, formidable novela testimonio del Premio Nacional de Literatura 2003, el avileño Reinaldo González Zamora, constituye texto de obligada consulta para quienes deseen conocer etapas de la era republicana en nuestro país, sus conflictos y realidades abarcadoras del universo económico, político y social.
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Como una forma de prostitución que imperaba en la época podemos citar la función del baile al desnudo del grupo Vodevil, administrado por Pepe De Lage, presentada el lunes 8 de abril de 1957 en el teatro Apolo, demostrativo del estado de podredumbre existente en la pequeña localidad antes del triunfo de la Revolución. Una triste realidad del ayer que no necesita comentarios.
Pero veamos otro ejemplo acaecido en la ciudad de Ciego de Ávila que causó indignación y repulsa popular. A comienzos del año 1956 una inquietud social comienza a manifestarse, de la cual se hizo eco la prensa escrita, la radio, instituciones cívicas y numerosos vecinos que protestaban y denunciaban que en el cine llamado Ávila Cinema, situado en la calle José María Agramonte, entre República y Cuba, se exhibían películas totalmente pornográficas, so pretexto de que se trataba de cintas de carácter científico y solo para hombres mayores de edad.
Fue tal la presión ejercida, que el Ayuntamiento no tuvo otra alternativa que comisionar a un inspector para que investigara las denuncias, quien, después de asistir a la función celebrada el 22 de marzo, informó a la Alcaldía que, efectivamente, en dicho cine se mostraban películas obscenas.
El Artículo 6 de las entonces vigentes Ordenanzas Municipales para el Término, prohibía proyectar cintas cinematográficas que no hubiesen sido previamente autorizadas por la Comisión Nacional Revisora de Películas, adscripta al Ministerio de Gobernación. Se señaló que: “es deber de todo agente de la autoridad paralizar inmediatamente la proyección de cualquier película que, al comenzar, no exhiba el sello de dicha Comisión, expresivo de que su exhibición ha sido autorizada por la misma; así como el de acusar al infractor ante el Tribunal de Justicia competente”.
Ante las contundentes evidencias, el Departamento de Secretaría del Cabildo emitió una disposición de estricto cumplimiento, que expresaba: “ha sido debidamente comprobado que en el Ávila Cinema se exhiben películas totalmente obscenas, con evidente perjuicio para la moral pública y en especial para la juventud, que por su falta de experiencia es siempre campo propicio para la germinación de todos los males; más cuando en dicho cine, en vez de distraerse con la proyección de películas artísticas, culturales o recreativas, se les estimula con cintas de la más baja y abyecta inmoralidad”. Más adelanta se señala: “es deber de este Ejecutivo velar por el respeto a la moral pública y a las buenas costumbres de la sociedad local, hasta donde lo faculta debidamente la Ley”.
Al tener en cuenta lo expuesto en el cuerpo del decreto y haciendo uso de las facultades de que estaba investido el Jefe del Poder Ejecutivo del Gobierno Municipal, se resolvió no conceder licencia al Ávila Cinema para rodar este tipo de materiales. Sin embargo, la exhibición de películas pornográficas en algunas salas de cine continuó, escondidas tras la factura de ser los filmes de corte científico.
En este período se sentaron las bases para convertir a Ciego de Ávila en un gran burdel, donde imperaban el juego, la marihuana y la cocaína, una gran meca del juego ilícito con máquinas traga-monedas importadas desde los Estados Unidos, bancos de bolita, apuntación de terminales, juegos de la Lotería, especuladores y funcionarios corruptos amparados por una policía y un gobierno podrido. Pero a estos males se enfrentó lo mejor del pueblo avileño y su combativa juventud, con tal de que la igualdad sexual y económica se abriera paso y se hiciera realidad la sentencia martiana “con todos y para el bien de todos”. La dignidad plena del hombre y la mujer deberían ser la primera ley de la República.
El cine-teatro del Central Stewart, muy cerca del estadio de béisbol, surgió en medio del apogeo comercial de la época
A pesar de las señaladas manifestaciones impúdicas en los espacios públicos, Ciego de Ávila fue siempre una plaza de reconocido prestigio nacional e internacional en el ámbito teatral, al presentarse obras y artistas de reconocida fama, así como mezclas de géneros diversos: ballet-teatro, teatro-danza, revistas musicales, teatro lírico, humorístico, vernáculo, y hasta obras clásicas del ámbito universal.
La vida demuestra que el teatro puede desempeñar un inmenso papel en la transformación de todo cuanto existe, pues está formado por el conjunto de creaciones de los pueblos, surgidas ya sea en un país o en la literatura. Propicia la interrelación entre el arte, la expresión oral, las tradiciones, la dramaturgia, la literatura y la actuación, todo esto con un valor y una fecundidad que lo hacen ser el crisol de las artes.
El gusto de los avileños por esta manifestación es bien conocido y basta recordar que la noticia más antigua relacionada con la realización de un hecho cultural en nuestro territorio data del año 1846, cuando un grupo de aficionados al teatro realizaron la representación de las piezas: Armanda y Reynaldo, una comedia, y Efectos de una ausencia, un drama, para la recaudación de fondos para la construcción de una modesta sala-teatro.
Fuentes:
Archivos del autor (Documentos e imágenes)
El Pueblo, Ciego de Ávila, lunes 2 de abril de 1959, p. 13.
Suárez Álvarez, José Martín (2005): “Poblado con seis nombres”, en Con el arcón a cuestas. Ciego de Ávila, Ediciones Ávila, 121-126.