El látigo del dominador chasquea aquí, aunque imperceptible al oído deformado de los incautos, o de los que, sin profundizar en las esencias culturales del país, la provincia y la localidad, intentan estar actualizados, al tanto de la última “novedad”.
Así de sencillo, a la caza del último grito esnobista, divorciados del sentir y las necesidades propias, los dominados, o a punto de serlo, entregan las armas que tienen a mano, creadas y perfeccionadas en el transcurso de siglos de paciente sedimento, en los que el genio y el sacrificio se fundieron en incontables ocasiones, para dar lugar a los frutos autóctonos que nos distinguen y diferencian de la patria mayor, la humanidad.
La fragua creadora de la nación y el terruño jamás se dieron por vencidos, pero los ingredientes socioculturales que los integran están a merced de los conquistadores de ahora, esos que esparcen las flores de la seudocultura, enlatada y repartida a diestra y siniestra, con la creciente colaboración de las redes sociales de Internet, a merced de supuestos embajadores de los valores de la cultura mundial.
Sin embargo, el mandato del más universal de los políticos cubanos de su tiempo, estableció las coordenadas, inviolables ayer, hoy y siempre: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”, suscribió José Martí en su ensayo Nuestra América.
Se impone estar alertas y a la ofensiva, cuando, por separado, o en maquiavélico y coordinado proceder, el descuido, la ignorancia o la dejadez, horadan el tronco común, lo corroen, y amenazan con derrumbarlo. ¿Y qué le espera a Cuba si su tronco se desploma más por descuido propio que por agresión externa? ¿Si a la savia que lo alimenta la envenenan el mal gusto y la desidia?
En medio de semejante cruzada, en la que está en juego la existencia de este archipiélago que habitamos, apetecido por quien cree tener en el poder económico, militar y el control de los grandes medios de comunicación, los ingredientes para trocar en triunfo la invasión; ante un ataque sistemático, imperceptible a veces, burdo otras, meticulosamente pensado y orquestado, ¿qué puede exigírsele mejor a nuestras instituciones culturales, y a las que se creen ajenas al propósito de cuidar, expandir y enriquecer los valores materiales y espirituales propios?
Desde lo institucional, pero también a partir de la cotidianidad de los avileños, no habrá jamás escudo mejor que la autenticidad creadora, la que no solo se extrae de la creación artística y literaria, sino de todas las facetas de la producción de valores materiales y espirituales. Seamos auténticos.
A los arrestos y talentos que ya teníamos, el devenir nos trajo la sapiencia; para que ahora, la bota del colonizador de almas quiebre su paso ante un muro infranqueable, armado y fortalecido desde, por, y para la cultura.