Si les preguntas por su mayor sueño, responderán que “pirarse” de Cuba y construir una nueva vida en Estados Unidos, España o cualquier otro país. No importa dónde. No son todos los que piensan así, por suerte, pero tampoco representan una cantidad tan pequeña como para no preocuparse.
Algunos ni siquiera llegan a los 15 años de edad, pero están convencidos de que criollo y extranjero son dos palabras antagónicas, opuestas, y, para ellos, mientras una refleja lo peor del subdesarrollo, la otra promete un futuro lleno de bienestar y abundancia.
Nadie puede culparlos. Como asegura el viejo refrán, son más hijos de su tiempo que de sus padres; y realmente les tocó vivir una época muy compleja, preñada de limitaciones. Tampoco es que ayuden demasiado la música que escuchan, las series y las películas que ven, las redes sociales de Internet en que navegan, o las conversaciones pesimistas de muchos adultos.
Aunque en la escuela les hablen de Martí y del amor a la patria, a muchos eso les trae sin cuidado, porque, en no pocas ocasiones, lo que luego aprenden en la casa y en la calle contradice las palabras de los maestros. Da igual si el muchacho vive en el centro de Ciego de Ávila, o en el más humilde de los poblados campesinos; la inmensa mayoría de las veces, su sueño será tener la casa, el carro y el nivel de vida que, supuestamente, tiene cualquiera en el extranjero.
El fenómeno es más viejo de lo que parece, y va desde aquellos anexionistas que nunca creyeron en la capacidad de su pueblo para autogobernarse, hasta el deslumbramiento de quienes, como Tonita, el personaje de aquel programa Deja que yo te cuente, están convencidos de que lo único bueno y valioso es lo que viene de “afuera”.
La respuesta no puede ser prohibir
Contactado por Invasor, Luis Emilio Aybar Toledo, joven intelectual y director del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, ofreció sus apreciaciones acerca del fenómeno.
“La colonización cultural existe desde el propio origen de la nación cubana, en la medida en que el proceso colonizador español no fue un fenómeno solamente político o económico. Por eso, se habla del concepto de ‘colonialidad’ para entender que, más allá de los procesos de independencia, sobreviven rasgos coloniales en los países que estuvieron subordinados a metrópolis.
“Esta colonialidad siempre será resultado de una imbricación entre factores internos preexistentes y factores externos que reproducen la dominación bajo nuevos códigos. Y, por supuesto, no solo es un problema de la población: nuestras propias instituciones culturales, debido a los antecedentes históricos del país, corren el riesgo de reproducir esos patrones colonizados.
“Entonces, estamos obligados a desarrollar una política cultural que remonte de manera inteligente estos procesos de colonización, sin por ello negar todo lo que viene de afuera. Recordemos a Martí cuando dijo aquello de injertar en nuestras repúblicas el mundo, pero que el tronco siguiera siendo el de nuestras repúblicas. Hay un nivel de universalidad en nuestra nación que debemos mantener, porque no todo lo creado fuera de Cuba es negativo.
“Realmente estamos en un momento donde esa cultura colonizadora, que simplifica el gusto, que elimina el pensamiento crítico y la capacidad de apreciación, adquiere cotas muy elevadas. La respuesta no puede ser prohibir, sino potenciar las alternativas disponibles, mejorar los accesos, generar valores culturales a través de nuevos códigos tecnológicos y comunicacionales que permitan llegar a los públicos.
“Es preciso desarrollar en el pueblo expresiones que puedan ser más valederas, que permitan dar cuenta de la cultura y de la diversidad de la experiencia estética, y contribuir al enriquecimiento espiritual de nuestra gente”.
Sembrar valores
El profesor e historiador avileño Luis Miguel Gómez Delgado definió a la enseñanza de la Historia de Cuba como una de esas importantes herramientas descolonizadoras con las que contamos en la actualidad. “Hay mucho que puede hacerse en ese sentido, y creo que los resultados pudieran verse, incluso, a corto plazo”, señaló.
“El conocimiento de la Historia, cuando tiene buena raíz y no es mera acumulación de datos y consignas, resulta un importante arsenal teórico para lidiar con las luces y sombras de la vida cotidiana, y también ante los intentos de sojuzgar las mentes.
“Claro, la manera en que hoy se enseña la Historia de Cuba puede ser perfectible, sobre todo en cuanto a la preparación de los docentes, y en su proceso de formación profesional. En esto ha incidido la propia crisis económica. Ante la diatriba de garantizar un profesor para cada aula, en medio de grandes déficits de recursos humanos, como los que ha vivido el sector en décadas recientes, muchas veces se aceleró su ciclo de formación, se violentaron los tiempos, en aras de conseguir maestros lo más rápido posible.
“Ante un mundo reinventado a imagen y semejanza de las potencias occidentales, toca a los profesores, a los historiadores, a todos los que salvaguardan de cierta manera nuestra Historia, garantizar que los niños, adolescentes y jóvenes asimilen ese legado generacional y puedan convertirse en importantes actores de cambio para la salvaguarda de la patria. Solo a través de la Historia podremos sobrevivir a la globalización de la cultura, sin hipotecar el futuro y nuestros valores identitarios”, aseguró.
Por su parte, Noris Frómeta Vázquez, metodóloga de Historia y Educación Moral y Ciudadana en la Dirección General de Educación en la provincia, sumó a lo anterior la necesidad de reforzar la formación de valores.
“Los valores constituyen componentes esenciales de la ideología y son expresión de la cultura y la historia de una sociedad. Entonces, reforzarlos frente a la colonización cultural que se nos quiere imponer debe ser uno de nuestros principales desafíos.
“Esta formación de valores resulta imprescindible para los esfuerzos que hoy hace el país en materia de descolonización, para contrarrestar ciertos paradigmas hegemónicos que promueven una serie de antivalores, como el egoísmo, la violencia y el consumismo, y ponen en riesgo la Revolución.
“Solo con una sólida formación de valores podemos tener una conducta coherente con los principios del proyecto social cubano, y promover la dignidad, el patriotismo, la solidaridad y la justicia social. Ante el peligro de que nos impongan patrones de vida basados en la exaltación del capitalismo, principalmente del modelo yanqui, se hacen más necesarios que nunca estos esfuerzos.
“Por supuesto, cada deficiencia, cada error por parte nuestra, termina convirtiéndose en una brecha por donde se cuela la acción enemiga. En este sentido, todo cuanto hagamos siempre resultará insuficiente. Sobre todo, si desde la familia y la comunidad no se fomentan valores similares a los de la escuela: entre esos tres actores no pueden existir divorcios”, aseveró.
Desarmados
Mientras la distancia entre el mundo exterior y nuestra condición de isla se nos volvía más y más breve, fue inevitable comparar el brillo de las candilejas con el color de la vida común. Y ganó espacio y se convirtió en parte de la cotidianidad el germen del pensamiento colonizado, que todos, en mayor o menor medida, llevamos bajo la piel.
Casi dos décadas después, pocos se acuerdan de Tonita, pero el fenómeno sobre el cual llamaba la atención ha crecido sin pausas. Solo basta poner el oído a las conversaciones de una buena parte de adolescentes y jóvenes, escuchar sobre qué hablan y cuáles son sus expectativas de vida. Con eso basta para hacerse una idea.
Sobre el consumo cultural, al menos en tierra avileña, habría mucho que decir, fundamentalmente porque el cierre paulatino de ciertas instituciones culturales y el uso inadecuado de otras que siguen abiertas, nos deja desarmados frente a la avalancha de los circuitos ideológicos made in USA y de un poco más allá.
El problema, por supuesto, no es que la juventud consuma productos culturales foráneos, sino el sistema de valores y creencias que traen estos, la superficialidad, la apología a la violencia… El problema es que las ideas que asimilan a través de estos materiales muchas veces superan en peso a la labor de nuestras instituciones. Allí radica el verdadero peligro.