El día que Betzayda Velázquez Navarro y el grupo Aroma se presentaron en el Salón Rosado de la Tropical, en La Habana, les dijeron que aquel sitio era el termómetro para medir la calidad de la música popular cubana y que, si no gustaban, los iban a abuchear. Subieron con el susto atorado en el cuello y bajaron con una sonrisa limpia y el orgullo pleno.
Lo que comenzó como un juego, junto a su amiga Lisandra Mesa, se había convertido en un proyecto musical serio con sello femenino, que les permitió rellenar los espacios en blanco de su formación artística, en lo referido a la interpretación de temas y géneros cubanos. De paso, les abrió una ventana para llegar a los clásicos de Pancho Amat y Adalberto Álvarez, y les dio la posibilidad de codearse con artistas del primer nivel.
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Para entonces ya Ailán Luis estaba en la barriga de su mamá y la muchachita que vino desde Santa Clara hasta aquí por obligación, a cumplir con su servicio social en la Escuela Elemental de Arte Ñola Sahíg Saínz, había terminado con raíces tan profundas en esta tierra, que ha encontrado belleza hasta en los defectos y oportunidades allí donde otros han desistido.
No obstante, la ternura para mirar no le ha apagado el juicio crítico ni la ha mantenido ajena a ese clamor por más espacios para la música cubana y sus cultores, y por una mejor promoción de los artistas del terruño, más allá de fechas específicas o de festivales como el Piña Colada. Luego, está ese sentimiento de incredulidad ante el hecho de que Ciego de Ávila, tantos años después, continúe sin una orquesta sinfónica y sin un piano adecuado para que, por ejemplo, Frank Fernández pudiese dar un concierto.
Su historia ha sido de sacrificio y superación constante, al punto de administrar cada minuto de las 24 horas del día como si fuera el último. Su fórmula ha tenido éxito; tanto que ha combinado el estudio con los conciertos, con la aventura de enseñar a niños de apenas 10 años, la comercialización en la cayería norte y la crianza de un hijo, que ha venido a coronarle todas las alegrías y a imponerle el desafío de ser mamá y artista a tiempo completo.
Todavía no sabe cómo ha salido ilesa de este combate cuerpo a cuerpo, pero una gran parte del éxito se la debe a su familia y a esa armonía casi natural e in crescendo, que está en todo lo que tocan.
Aun así, cuatro horas de estudio musical, lapso que como mínimo dictan las reglas en la rutina de cualquier instrumentista, es una meta que hace rato no alcanza; en cambio, la ha permutado por ensayos en caliente, prácticas a deshora y por tararear un estribillo y recordar una partitura mientras le da la comida a su niño o desempolva la casa. Digamos que esa otra dimensión de ser mujer ha puesto peso extra en la balanza.
Mamá siempre ha estado, cuando le prometió que, si empezaba en el nivel elemental, luego podría cambiar el clarinete por la flauta y cumplir su sueño y, también, la semana que estuvieron en Cienfuegos para participar en el Festival Nacional Benny Moré y fue ella quien la ayudó a cambiar culeros y con la lactancia, en medio de la vorágine previa a las presentaciones.
No hizo falta nada extra para cumplir el primer juramento. Betzayda se enamoró de su instrumento y de la tremenda sapiencia que le transmitía su profesor Alejandro Yera en Santa Clara. De Cienfuegos salieron con el premio a la mejor interpretación y la mejor composición, siendo esto último mérito absoluto de su esposo.
Precisamente, la otra nota de color imprescindible corre a cargo de un compañero de vida como Alaín, con quien piensa y discute la música sobre la mesa, como si fuera un asunto familiar, que al fin y al cabo es lo que es. Él se encarga de componer y sus dotes artísticas le complementan las ganas y le alivian las dudas.
“Cuando me dice que algo no suena bien, le creo. Tiene un excelente oído y no deja que me amilane, me impulsa en cuanto me propongo”, confiesa ella ya más a gusto con las preguntas y dejándose al descubierto con cada respuesta.
Como si la pasión por la música se llevara en la sangre, Ailán ha heredado excelentes cualidades y con solo cuatro años no teme subir al escenario a bailar, a cantar y a hacer sus pininos con la percusión. De hecho, el camino ha sido más fácil, también, por saber entonar la misma melodía y disfrutarla con sus altas y bajas.
El encierro y la COVID-19 la sorprendieron estudiando en el Instituto Superior de Arte de Camagüey. Aunque la graduación se dilató, cerró esta etapa ejecutando obras de Strauss, Rossini, Mozart y Bach, y comenzó a mirar hacia otros horizontes, porque si bien el grupo Aroma está en pausa y pende de la reincorporación de instrumentistas clave, una nueva carrera artística como solista era una posibilidad todavía inexplorada.
Con más de nueve años de trabajo sostenido y un repertorio impecable, que va desde los clásicos instrumentales hasta su experiencia como vocalista en el ámbito de lo popular cubano, su aval no tardó en llegar. Ahora, hemos descubierto otra faceta de Betzayda, la cual podría calificarse como continuidad, pues muchos años atrás, cuando en la agrupación D’Freddy Son faltó la cantante y ella asumió ese rol sin otras pretensiones que cubrir ese espacio, ya había mostrado lo obvio: era tan buena en lo uno como en lo otro.
La tesitura de su voz, la cual clasifica en el rango de mezzosoprano, la ha dotado de un registro con amplias posibilidades y, lo mismo un son que el más elocuente bolero, encuentran en su timbre color y matices inconfundibles. Un día durante el programa cultural del Piña Colada, otro con la agrupación Música Abierta y, luego, en habituales descargas nocturnas, ha reavivado su vínculo con el público.
BETZAIDA VELÁZQUEZ; Solista del Catálogo de la Empresa Provincial Comercializadora de la Música y los...
Posted by Musicavila Ciego de Ávila on Friday, July 7, 2023
Si le preguntan qué disfruta más, si el clarinete o la interpretación, su respuesta es precisa: “cantar me libera y me olvido de todo, mientras que con el clarinete me pongo muy tensa. Haberle dedicado tanto estudio me obliga a exigirme mucho, quiero que todo quede perfecto. Ahora no imagino lo uno sin lo otro y Música Abierta me ha permitido esa dualidad”.
A su certeza pudiéramos corresponderle con la promesa de no encasillarla, sino de redescubrirla sobre el escenario cada vez que una nota grave le tense las cuerdas vocales, con el clarinete obligándola a contener la respiración al extremo y con la felicidad dibujada en los ojos cuando Ailán le regala algo más singular y duradero que los aplausos: su sonrisa, ese gesto prodigioso que lo orquesta todo en su vida.