En el debate acerca de la nueva Carta Magna, que ahora es objeto de consulta popular, son fecundos los criterios y convincentes los argumentos en torno a la necesidad de trabajar.
El texto constitucional describe en el Título II: Fundamentos Económicos, Artículo 31, que “El trabajo es un valor primordial de nuestra sociedad. Constituye un deber, un derecho y un motivo de honor de todas las personas en condiciones de trabajar.
“Es, además, la fuente principal de ingresos que sustenta la realización de los proyectos individuales, colectivos y sociales.”
Se remunera en función de la cantidad, complejidad, calidad y resultados, reflejo del principio “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”.
Existe una sabia frase, propia del lenguaje de nuestros padres y abuelos, de que la mejor herencia que podemos legar a los hijos es el trabajo, expresión digna de reconocer y revitalizar con vistas al XXI Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), que será en enero de 2019.
En los análisis que preceden el magno evento obrero, se ha acentuado, con intencionalidad, en los colectivos laborales un concepto importante: la riqueza en el socialismo se asienta en el trabajo.
Cuando quedó atrás aquella etapa difícil de la época prerrevolucionaria, en que pululaban los desempleados, los campesinos eran víctimas de vejámenes y se hizo tan necesaria la denuncia de Fidel en La Historia me absolverá, tal vez, algunos pensaron que había cambiado el valor del trabajo.
Ciertamente, con los nuevos tiempos, con un país en plena Revolución, surgía un concepto diferente, pero transformado en su esencia, porque lo que ocurrió con el valor del trabajo fue que aumentó de precio.
Hoy es necesario convertirlo en una virtud desde la consagración, aprovechamiento de la jornada, ahorro y eficiencia, en su sentido más amplio, como brújula para hallar los caminos y vencer los desafíos de esta adversa coyuntura de crisis económica global que afecta, también, a Cuba.
Como las situaciones difíciles no hacen más que acrecentar su valía, en los Congresos del Partido Comunista de Cuba, de repercusión en la vida nacional, y en los de la CTC y de sus sindicatos, se ha defendido, con meridiana claridad, su significado, como resultado -en primerísimo orden- del esfuerzo personal.
Por eso, en el patrimonio de la nación se han recalcado ideas esenciales, como la declarada por Ernesto Che Guevara en la etapa de constructor de la sociedad nueva: El trabajo será la dignidad máxima del hombre, o el principio que sustenta nuestro Estado: La riqueza en el socialismo se asienta en el trabajo.
Es una urgencia rescatar el interés de desempeñarse a fondo, con calidad y eficiencia, no en son de enarbolar consignas, sino como la esencia de la condición de servir desde el puesto laboral más sencillo hasta el de mayor responsabilidad.
Ante nuestros ojos las urgencias: producción de alimentos y, en las industrias de ramas diversas, elevación de los rendimientos en renglones que aporten en la exportación o sustitución de importaciones y esmero por la calidad.
Para quienes el trabajo es cómplice y necesidad, resulta normal obtener resultados que hasta rayan en la proeza, muchas veces logrados en condiciones difíciles y ante iguales carencias de recursos.
En casi 60 años de bregar, la Revolución nos ha enseñado que todo es posible, incluso, las hazañas laborales ante situaciones adversas de recursos materiales y financieros, pero para esto debe empezarse por el trabajo, sin el cual no hay milagros.
Enaltecerlo es un reto, desde el puesto más sencillo hasta el más comprometido, porque, en términos de economía, solo la eficiencia conduce al camino que buscamos para avanzar y afianzar el socialismo próspero y sostenible, amén del férreo bloqueo.
El secreto está en la celeridad con que se empleen, a fondo, las reservas de eficiencia, en los rigores del control, la austeridad, el ahorro, la calidad de la producción y los servicios, el desempeño de los cuadros y dedicación de cada trabajador, interiorizando que la principal divisa que tiene Cuba es el trabajo. Entenderlo como un ejercicio de virtud es encumbrarlo, es rendir tributo a quienes se afirman en la convicción de que no hay mejor riqueza que la que se obtiene con las propias manos y el sudor de la frente, como la mejor herencia que podemos legar a nuestros hijos.