Lo invisible de un dolor visible

Lo dijo muy claro el gran literato de la psicología humana, el ruso Fiodor Dostoievski: “El verdadero dolor, el que nos hace sufrir profundamente, hace a veces serio y constante hasta al hombre irreflexivo”. Y pongo mi punto de mira en ese último término por la necesidad perentoria de “reflexión” que posee el caso recibido en la carta de hoy, enviada por José Antonio Sardiñas León, residente en la ciudad de Ciego de Ávila.

“(…) visitar un hospital, excepto para ver a una embarazada o a una recién parida, ir a la funeraria o al cementerio, son momentos muy complicados (…). Una persona que representa mucho para mí me ‘invitó’ al cementerio a concluir unas acciones decorativo-constructivas en el osario de un familiar (…) y me pareció que aquello iba a ser una mala experiencia”. Y lo fue.

“El lugar por donde accedimos se ubica exactamente detrás de los kioscos que existen antes de llegar (…) tras la guarapera. Allí se aprecia una puerta poco formal, pero no clandestina, pues posee una reja de cabillas que intencionalmente se le preparó una especie de bisagras al lado izquierdo y un pequeño cierre al derecho para facilitar la entrada (…) desprovisto de otro tipo de control, orden o seguridad.

“Ya dentro, la realidad visual fue muy diferente. Creo que me faltarían palabras para describir lo que encontré allí, ya que las críticas escuchadas o leídas sobre el cementerio casi siempre rondaban en la falta de custodios, la escasez de iluminación, el enyerbamiento, la profanación de tumbas, el robo de objetos en bóvedas, gavetas, osarios; las malas condiciones para la exhumación de restos, crematorio con pocas facilidades, presencia de insectos, roedores (…).

“De lo que presencié no recuerdo haber escuchado nada, excepto los planes anuales para la construcción de gavetas y osarios (…) no imaginé la envergadura de estas acciones (…) del estado de los restos que se malresguardan en ese lugar. (…) existe allí toda una hilera de osarios en destrucción casi total, restos óseos por varios lugares, sueltos unos, en nailon otros, quizás unos pocos en cajas metálicas; nichos con libros, un grupo grande sin identificar (…) toda una falta de respeto.

“La mayoría de los casos que vi llegarían alrededor del año 2002 (17 años atrás), y no sé hasta qué punto los familiares de los fallecidos en todo ese tiempo no hayan presentado ninguna queja o demanda a la entidad que administra el cementerio, ya sea en el nivel municipal como provincial.

“(…) las condiciones están creadas para que los malhechores entren y hagan lo que deseen, sin grandes esfuerzos, pues el tiempo se ha encargado de hacer maravillas, mientras la mano del hombre no parece existir allí para evitarlo.”

José Antonio envió varias fotografías que ilustran lo dantesco y ofensivo de la situación, asunto archiconocido y denunciado a través de los medios de prensa en la provincia, incluidas las redes sociales.

Es el camposanto de la ciudad capital el antónimo de lo que alguna vez fue. Es hoy sitio de acciones vandálicas reiteradas, de peligro hasta para los visitantes, muestra clara de cómo se pierden el arte y la arquitectura cementerial junto con ciertos valores.

Tendría este redactor, hasta tanto llegue a nuestro buzón la respuesta de las direcciones municipal y provincial de Servicios Comunales, que aplaudir al remitente y darle la razón a la escritora y socióloga española Concepción Arenal cuando expresó: “El dolor es la dignidad de la desgracia.”