Y sin pensar

A mi hermana Cirelda le bastaron unos segundos para decir que sí­. Pudo negarse por razones de esas que algunos llaman de peso, mas no esgrimió ninguna. La certeza de que el mejor lugar donde estarí­a porque más útil es, y porque se siente satisfecha del lado de los que padecen, la acompaña y la hace decidir, a veces, sin pensar.

También decidieron muchos otros, porque si no, como dice ella, para qué eligieron ese camino, que no siempre los lleva a devolver a un ser curado a casa y, sin embargo, los obliga a batallar hasta el último momento para no cederle espacio al desaliento.

Solo puede hacerse, me dice, si miras hacia adelante, sin pensar en los tuyos, que en muchos días no verás; y justificas todo el tiempo que si tienes miedo es porque eres humana, pero que sabes dominarlo, a pesar de que cuando caigas exhausta en la cama no puedas dormirte buscando en los recuerdos del día para ver si dejaste una brecha por donde pudo entrar aquel contra el que luchas.

Y así­ pasan los días y solo tiene sentido la búsqueda incansable del rayo de luz, a pesar de que las malas noticias vengan de todas partes, y las cifras no anuncien todavía el esperado fin.

No obstante todo te ronde y tengas que imaginarlo, porque si no, cómo tienes tu taza de café a la misma hora, tu jardín, la cama que amoldaste, tu sillón, el cuadro en la pared.

Y supones a todos mirando detrás de una ventana, desde las cercas, los balcones, goloseando las calles que han de recorrer, pero cuando todo pase; porque si no, cómo multiplicar las posibilidades de un final feliz en esta historia real con tintes de mal sueño.

A cualquier hora te llega la llamada, el mensaje donde te piden que te cuides, que no te preocupes por nada que todos están bien; y te dan un recado del amigo que te extraña, del vecino, te cuentan de un dibujo para cuando vengas, pero ni preguntes porque es una sorpresa.

La niña de la casa te lee la carta que te hizo y habla de sus hermanitos y de los nietos que no vas a reconocer de lo grande que están.

Y así­ te llegan los abrazos virtuales, los besos de codo, las flores y los aplausos que pasan por tu mente; justo en el instante en que anuncian nuevas altas, nuevos casos; y te condueles por el que no venció.

A mi hermana Cirelda le bastaron unos minutos para decir que sí­, porque negarse a socorrer nunca ha estado entre sus planes; porque aliviar a otros es todo el sentido de su vida, aunque, a veces, responda sin pensarlo siquiera porque sabe que el miedo paraliza; y eso sí­ que no se hizo para ella.