Vuelven

Se nos va un ser amado y se nubla la mente. No hay espacio para los pensamientos y nada nos consuela. Es tan definitivo el fin de la existencia, que no le encontramos sentido, porque no lo tiene.

Pasa el tiempo y uno solo quiere que todo termine, como si eso fuera posible, y hasta te sorprendes imaginando que un día regresarán como de un viaje. No pensamos que están en un lugar mejor sin dolores ni quebrantos, porque uno solo deseaba un milagro que curara la enfermedad, quitara el dolor, que lo hubiera librado del accidente, que alargara la vida más de lo que puede ser posible. Te sumerges en un dolor sin fondo y el alivio no llega.

No se puede ser fuerte; los días pesan como siglos y la certeza de que no lo volverás a ver te marca, como un hierro caliente sobre la piel.

Hasta un día. Hasta una mañana en que, sin esperarlo, una melodía te arranca una sonrisa; un perfume te lo trae de vuelta; el olor del café, el ruido de la lluvia, el sonido de una voz, las flores del jardín.

Hurgas en tus recuerdos, lees una nota que te hace suspirar, regresan las conversaciones, los sitios conocidos, los regaños, los juegos; y, en todo eso, ellos están.

Los días comienzan a ser diferentes, los ves en un color, en el paisaje, en las cosas pendientes que te animas a hacer. Se va llenando el vacío del alma, sanando la herida, cesando la pena.

Las marcas de la ausencia pesan menos, la tristeza que hizo nido en ti se va alejando y la oportunidad del recuerdo feliz llega. Y sientes el calor de
sus abrazos, sus palabras de aliento, el regazo, las tibias manos.

Se nos va un ser amado y perdemos el rumbo, la certeza de la muerte duele mucho, pero, cuando un día nos sorprende un recuerdo feliz que yacía escondido en el fondo del olvido, ya el camino no vuelve a ser de sombras, porque la luz nos invade y lo trae de vuelta.