Una joven quería cantar. Vivía en las faldas de una montaña que contemplaba mientras el abuelo narraba las leyendas del volcán al que ni los más viejos habían visto alguna vez mostrar su ira.
Ese era su escenario favorito. El viento llevaba lejos su voz, que se hacía poderosa con los ecos del lugar. Su mente iba al concurso donde los aplausos la envolvían y de donde regresaba con el premio soñado.
Pasaba el tiempo y con él se desvanecían sus anhelos. La ciudad era alejada, sus abuelos ancianos, y abandonar su tierra hermosa no la entusiasmaba. Un día, al amanecer, sintieron un rugido que venía de la montaña. Enseguida el humo, el fuerte olor, la estampida de los animales, la escapada. La ciudad fue el destino, detrás quedó todo. Su tierra convertida en piedra, el aire pesado, los colores degradados al gris por la ira de la tierra nunca antes vivida.
Y después de tanto, subió al escenario que siempre soñó. La fuerza de su voz, su alegría, contagiaron al público y al jurado, que terminó de pie. Después de algunas bromas y elogios, y siendo evidente que llevaría el premio a casa, un miembro del jurado le preguntó por qué se había presentado, qué buscaba.
Ante el asombro de todos dijo, con dulzura, que solo quería cantar, que no buscaba algo más, y contó. Antes del estallido del volcán quería ganar el premio, llevarlo a casa. Después de dejar atrás lo que un día fue su vida, solo quería cantar allí, regalar el sonido de su voz, escuchar los aplausos; eso ya era el milagro, la hermosa fantasía de la vida.
Los jueces estaban conmovidos. Uno de ellos subió al escenario y la abrazó, agradeció su presencia, su lección y, entre tantas cosas, halagó su filosofía.
Esto sucede más de lo que pensamos, puesto que los humanos somos capaces de modificar nuestros anhelos con una determinación y fuerza insospechadas. Reacomodamos el sentido de nuestra existencia y muchas veces aquello que nos robaba el sueño y tantas horas a los días, deja de ser la verdadera meta.
Así como la joven de la historia, olvidamos el premio, porque vivir la emoción de cuánto hacemos es el mejor de los galardones. Dejamos de esperar que pasen varios años para que una cosa u otra nos dé la felicidad ansiada, y vamos siendo felices cada día, porque la felicidad es un camino, no la meta de llegada.
Muchos eventos en nuestra vida pueden paralizarnos. También, muchísimas veces, suele suceder todo lo contrario, y convencidos de que se abrió una nueva posibilidad de aprendizaje, intentamos crecer a cada segundo y aceptamos hasta lo que nunca antes había tenido un mínimo espacio en nuestro equipaje; una posibilidad de acompañarnos en nuestra búsqueda de la felicidad.
Muchos seres son más capaces, fuertes y determinados, esa es una verdad de Perogrullo. Ser resistentes puede agotar y hasta doler, de ahí que escuchemos a algunos expresar que ya no soportan más cualquier quebranto, alguna pena; y es en ese momento, cuando eso a lo que llamamos filosofía de vida puede hacer la diferencia.
La joven de la historia quería cantar en el concurso, llevar a casa el premio y, para cuando lo consiguió, ya había dejado de anhelarlo, puesto que perder su escenario favorito, donde su voz se hacía potente con el viento y el eco de aquel sitio, le enseñó, como quien recibe un milagro, que tan solo poder cantar era su premio. Y siempre lo había tenido.