Si la vida te da…

Durante muchos años padecí de insomnio; de la más fuerte y terrible pérdida del sueño. No era como se dice de algunos bebés que cambian la noche por el día, era no tener sueño a ninguna hora.

Batallé contra eso un poco, pero muy rápido, y, casi sin darme cuenta, ya estaba acostumbrada a no dormir. Todas las horas para mí eran iguales, y las noches y madrugadas completas podía pasarlas haciendo de todo lo que normalmente está diseñado para el día.

Muchos se asombraban de cómo amanecía deslumbrante y activa, como si hubiera dormido varias noches seguidas y ni siquiera tenía ojeras que me delataran.

Veía televisión, escribía o leía; llegaron mis hijos y los amamanté, meses y meses, madrugadas completas; nunca me quejé de que dieran malas noches, porque no lo sentía. Hice muchas cosas mientras todos dormían; en el silencio de las madrugadas montaba las exposiciones para una hermosa sala de historia que hice en mi escuela, calificaba exámenes, planificaba clases y hasta, con espíritu de artesana, diseñé muchas mariposas, hongos y payasitos que todavía adornan los refrigeradores y cuartos de muchos amigos.

Siempre bromeaba con aquella frase de “Si la vida te da limones, hazte una limonada” y me ufanaba del partido que había sacado de mi insomnio, ante el asombro de muchos.

Sin embargo, un amanecer sentí miedo de comenzar el día, una inexplicable angustia me envolvió, busqué en mi paladar el sabroso sabor de la limonada, pero solo sentí el sabor de los limones puros.

Comencé a recordar cuán dormilona era, lo mucho que le suplicaba a mis amadas profesoras en las becas que me dejaran dormir un poquitico más a la hora del “de pie”, cómo viajaba dormida en las guaguas, como en los horarios del campo me podía quedar dormida arriba de un saco, de unas hojas, y hasta recordé el día en que me encontré con una amiga del pre y, después de 15 años sin vernos, desde que me abrazó me preguntó, sonriente: “¿Todavía eres dormilona?”

Con tan solo pensar en dormir sentía alivio, comencé a encontrarle sentido a mi cambio de humor desde que llegaba el día, la angustia, el desconsuelo, los deseos de que llegara la noche, porque, aunque no dormía, todo era silencio.

Y busqué ayuda.

Veo con frecuencia esta frase en las redes sociales de Internet, de modo festinado, cualquiera la publica; pudiera bien ser vista como una invitación a ser fuertes, a sacar lo mejor de los quebrantos de la vida, de los sinsabores del día a día; como una incitación certera a buscar siempre la luz entre las sombras, a no desaprovechar el momento malo para seguir haciendo y creciendo.

Y eso se puede, pero solo si sabemos que, para salir airosos de lo ácida que a veces se nos hace la existencia, tenemos que contar con las recetas precisas, con la ayuda adecuada a tiempo y todo el tiempo; que ninguna embestida es igual a otra y, sobre todo, reconocer siempre que podemos ser frágiles, y que con todo derecho podemos parar.

Durante muchos años padecí del más terrible insomnio y, aunque nunca más (hasta ahora) he podido ser lo dormilona que antes era, ya cuando busco en mi paladar el sabor de la limonada me doy cuenta de que puede ser que esté faltando poco para que coja su punto exacto.