Ser importantes

Aquel ómnibus iba lleno de personas importantes; lo supo la enfermera cuando le preguntó al chofer si podía llevarla hasta la ciudad, porque llegaría tarde a recibir la guardia al Hospital Psiquiátrico. Él había bajado a echar agua al parabrisas, y ella quiso saber qué hacían, quiénes eran, y el chofer solo sabía que iban a asuntos de trabajo, “seguro muy importantes, todos tienen su computadora y teléfonos”.

Cuando el ómnibus se alejaba y ella quedó casi en medio de la nada, a kilómetros de su trabajo, que hasta ese momento se le antojaba el más importante de la Tierra, daba cualquier cosa por saber quiénes eran, qué hacían como para que el conductor del ómnibus se negara a llevar a otra pasajera.

Durante muchas horas pensó en eso. No dudaba de la excepcionalidad, grandeza, de la jerarquía, de la importancia de aquellos trabajadores; pero, ¿y ella, acaso no merecía lo mismo por lo perentorio y urgente de su labor?

En esta enfermera pienso cada vez que veo cómo algunos trabajadores que disponen de un transporte seguro para llegar, sin demasiados gastos y sobresaltos, a sus centros laborales, se incomodan cuando los choferes se detienen a recoger “personas ajenas a esos centros”, como dicen cuando reclaman.

Cualquiera en medio del camino se puede convertir en un “ajeno” de esos que, sin embargo, habría dejado muy temprano su casa para irse a hacer un importante trabajo, a servir, a intentarlo todo, en medio de no pocas dificultades. No ser recogido porque afecta la comodidad de otros trabajadores —cuya única diferencia sería, quizás, el medio de transporte—, es un argumento endeble, injusto y de espaldas a la realidad.

No existe un trabajo menos importante que otro, aun cuando tanto deseamos que médicos y maestros, científicos e investigadores, economistas y abogados, servidores públicos, puedan llegar a tener la remuneración y comodidades merecidas por servir con calidad, rapidez y buen trato en puestos tan necesarios.

Nunca, en una sociedad como la nuestra, en medio de dificultades, donde se procura, a pesar de todo, que las aguas tomen su nivel, que los trabajadores no bajen los brazos, que nadie se sienta desamparado, debieran aparecer este tipo de diferencias y conductas.

La indiferencia es una mala hija que puede nacerle a nuestra Cuba amada, porque las condiciones económicas adversas son un buen caldo de cultivo para ello, predisponen a algunos a mirar al otro lado cuando de auxiliar a un hermano se trata.

Todo puede suceder, tenemos todos los demonios y males de cualquier humano; pero es impensable, para quienes no se cansan de intentar divisar el bien, aceptar caer en el “sálvese quien pueda”, el “quítate tú, pa ponerme yo” o “la ley de la selva” que, en no pocas ocasiones, muestran su pata peluda y pujan por imponerse en nuestros paisajes.

Los trabajadores que disponen de la garantía de un medio de transporte están siendo servidos, de muchísimas maneras y en todos los órdenes de la vida, por otros que no tienen cómo llegar a sus centros laborales y, aun así, llegan todos los días.

Cualquier cubano hoy puede estar siendo una “persona ajena” al borde de la carretera, apurado por no llegar tarde; preocupado, sobresaltado, pidiendo al cielo y al camino que alguien imagine su urgencia para poder servir desde ese puesto, que, para muchos, puede ser el más importante de la Tierra.