Se creían iguales

Gabriela y Rey se presentaron a un concurso internacional de canto. Con todo el deseo de que alguno de los dos fuera ganador, con todos los miedos e incertidumbres por el rigor del evento, y con toda la seguridad de que cualquiera que ganara sería un triunfo para los dos. Triunfar representaría una beca en el extranjero que traería felicidad y bienestar para ambos, y para sus dos hijos.

Todo estaba previsto, el ganador iría lejos a superarse aún más y a nuevas oportunidades de trabajo; el otro quedaría en casa, sosteniendo la familia.

Pasaron las semanas y, al recibir la noticia, llegaron a pensar que era hasta la broma de algún amigo; pero no, era cierto. Gabriela había ganado el anhelado galardón. Todo parecía previsto. Ya lo dije, parecía.
Rey después de la felicidad y la sorpresa, de decirle a su esposa lo orgulloso que se sentía, no tardó un instante en llevar sus manos a la cabeza y en expresar que no tenía ni la menor idea de cómo haría frente solo al hogar y a los niños.

Gabriela ya lo había hecho varias veces; por sus compromisos de trabajo, por otros viajes realizados, por sus múltiples empleos como cantante, arreglista, compositor, maestro de canto. Ella quedó sola con los hijos pequeños, y tuvo que hacerle frente a la enfermedad del padre y de la suegra. Todos decían sentirse más seguros con ella y Rey se declaraba incapaz de cuidar niños pequeños, aun con la ayuda de otros. Gabriela se había convencido de que a sus hijos nadie los cuidaría como ella y tampoco a su hogar. De tanto repetirlo se convirtió para todos en una verdad infalible.

Pero la noticia del premio movió algún resorte. Sintió que había rechazado muchas oportunidades de crecimiento profesional y espiritual, y que aquel era su momento. Tenía que aprovecharlo.

No es esta una historia ficticia, es real. Ahora mismo hay demasiadas mujeres en esa encrucijada: asumir sin objeciones el rol que la sociedad les ha encargado como el núcleo de los hogares, o encarar desafíos y posibilidades basadas en la equidad.

Se habla de empoderamiento y tiende a mirarse únicamente desde la posición de poder. Si una mujer llega a directiva o a la máxima categoría en su ámbito profesional, o es solvente, se dice que está empoderada. Mas, si al llegar a casa, la esperan los alimentos por cocer, las tareas de los hijos, el cuidado de otros adultos, la organización de todo, ¿de qué empoderamiento estaríamos hablando?

¿De qué cuota de poder haríamos gala si ante una oportunidad ganada por mérito propio el resto de la familia siente que se le abandona? ¿Por qué se le sigue exigiendo a la mujer la responsabilidad por todo lo que suceda dentro del reino doméstico? ¿Y si un día las madres se declaran incapaces de cuidar, ordenar, planificar la vida en el hogar?

Gabriela y Rey pensaban que eran iguales. Así, llenos de ilusión, se presentaron al concurso. Bastó que ella fuera la ganadora para que él dijera no poder asumir la lejanía, la separación, las responsabilidades sobrevenidas. Solo la determinación de ella de no renunciar, una vez más, a sus proyectos, terminaron convenciéndolo de sí podía. Y lo hicieron.