Septiembre es el mes en que en Cuba nos evoca un sentimiento que es sublime para el ser humano. Un sentimiento que arrastramos por décadas, que habita en nosotros y ofrece sentido a nuestra existencia.
En el noveno mes de cada año, se abren las puertas de nuestras escuelas, se abren los brazos de todos los maestros, y comienza un viaje del que muchos no quieren bajarse jamás, porque el camino hacia el conocimiento y la virtud se vuelve infinito, inabarcable.
Hace unos días miraba una hermosa publicación en la red social Facebook: alguien anunciaba con un entusiasmo único que el “tan esperado curso escolar comenzaba el día 2 de septiembre” los comentarios eran también hermosos y llenos de entusiasmo, sin que faltaran muchas dosis de humor; algunos bromeaban con el hecho de que solo las familias tenían deseos de que comenzara, porque las vacaciones con los niños en casa son muy agobiantes, que los niños y los maestros seguramente no querían que comenzara.
Para bromear no está nada despreciable el tema; e, incluso, más allá de ello, es cierto que los niños desean seguir un tiempo más en casa, levantarse sin horarios rígidos, jugar a toda hora, tener algún que otro paseo, irse a dormir a deshora. Y también los maestros y padres, porque el descanso es bueno, necesario, en medio de dificultades que pueden convertir el día a día en momentos de puro agobio.
Sin embargo, y lejos de todo esto, lejos de lo que puede pensar y desear cada cubano como ser único, nadie negaría jamás que el inicio del curso escolar en Cuba es todo un suceso, una oportunidad única, que nos acerca, como pocas otras bondades, al ideal de justicia y bienestar que deseamos, que soñamos y ayudamos a conseguir para nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
Transcurridos los primeros días de curso, ya los niños no se acuerdan de las vacaciones, su grupo de amigos sigue siendo su círculo más íntimo, es la escuela el sitio donde más horas vive y donde, mientras va aprendiendo de cada materia, también juega, disfruta, aprende a socializar, a vivir en medio de una sociedad que nunca le será ajena.
Lejos de los peligros de la calle, arropados por maestros que parecen padres y madres, abuelos y tíos; cuidados desde la primera infancia, las escuelas son sitios que no cierran aún en tiempos de descanso para muchos, sitios donde se acompaña a las familias en la crianza y cuidado de sus hijos, donde también se guía y enseña para que fuera de las instituciones sigan con la sed de aprender.
La algarabía que se vive en las calles el día que comienza el curso escolar en Cuba, no se aprecia en ninguna otra época del año, el barullo, la alegría de los niños acompañados de sus familias no se parece a ningún otro suceso en nuestra nación, que ha hecho de la educación un derecho que se muestra como un estandarte, con el orgullo más sano que pueda experimentarse.
No alejemos jamás a nuestros hijos de estos sitios mágicos, más allá de todas las luchas cotidianas, de lo difícil que pueda resultar garantizar todo lo necesario para que asistan cada día; que no conozcan nuestros niños de los quebraderos de cabeza por garantizar su merienda, su ropa limpia a tiempo y todo el tiempo. Que no deje de ser su aula, sus amigos y maestros ese regalo que hoy siguen siendo.
Septiembre nos trae un aire dulce de reinicio, del reencuentro necesario; nos conduce a la fuente que puede saciar la sed del saber, el hambre de justicia; nos despierta ese sentimiento puro y necesario que late en los seres siempre que se encuentran, en su paso por la vida, puertas y brazos abiertos.