Polvo de acá

De niña fui de los que sufrían por el reclamo triste de aquel hombre que pagaría por cualquier información acerca de su pérdida, y me devanaba los sesos pensando quién o qué sería lo perdido, porque los unicornios no existen, decía yo, al final, era una niña incrédula. Cantaba, o creía que lo hacía, aquel poema con música que dejaba ver a un enanito sacando polvo de acá, basura de allí... siempre feliz. Así crecía. Y en cada tiempo nuevas canciones, otros poemas acompañaban mi camino, nunca se iban, nunca faltaban; siempre la frase necesaria, la invitación más pura; desde necios hasta ángeles; de odiosos a enamorados perennes de la vida; de hacedores incansables de lo bello, a amantes furibundos de un país, una nación que vive en cada letra, cada impulso, “en todos los segundos, en todas las visiones”.

Veo a Silvio tranquilo allí en el Aula Magna, siendo honrado y honrando, agasajado y elevado en su condición de artista y ser humano entero, cubano de los que no se cansan de hacer, de dar y darse. El elogio lo recibe silencioso y apenas sonriente; el salón es bello, inmenso, las caras de quienes lo acompañan dejan ver la emoción.

Nuestro Silvio Rodríguez ha recibido el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de La Habana, que ha honrado tanto y cuya colina lo conoce y abraza. Va al podio y desde allí se escuchan sus palabras calmadas,su agradecimiento sincero y, al final, unas décimas que ilustran su trayecto, su paso genero acompañándonos con su canto y su ejemplo, llenándonos de luz.

Les ofrezco estas décimas para seguir creciendo.

Nunca me creí importante
y menos imprescindible.
Me parecía increíble
poder salir adelante.
Me sentía un habitante
sin comienzo ni final,
un impreciso animal
de lo oscuro, una cigarra,
hasta que una guitarra
me sumergió en su espiral.

Y en ella me vi buscando
la melodía que faltaba,
versos que nunca encontraba
y allí estaban, esperando.
Y lo que hallé fui soltando
como mi respiración,
fuera impulso o reflexión,
fuera sueño o pesadilla,
y hasta mirando una silla
apareció una canción.

Siempre cantando de frente
nombré lo que distinguía
(si podía o no podía
me lo contaba la gente).
Siempre creí en la corriente
matinal de lo sincero
y cuando me dieron cuero
por cantar lo que pensaba,
cantando más me aliviaba
pues cantando me supero.

Solo existir era un reto
en un mundo hecho por hombres.
Ya todo tenía su nombre
bien acuñado y con peto.
Y sin faltar al respeto
de lo que lo merecía,
ofrecí lo que creía
en mis compases y versos:
pedacito de universo
hecho de noche y de día.