Pienso en ellos

Aunque están vívidos en mis recuerdos sin distinción de días ni jornadas, en estas semanas, por obra y gracia de costumbres aprehendidas, pienso más que nunca en mis maestros. Desde Leida Lugo, la primera que un día me recibió en mi escuela, que hoy ya es de mi hijo, y que aún veo en mis calles con cariño y gratitud, hasta aquellos periodistas, profesores, investigadores y políticos que tuve de maestros no hace ni tanto tiempo.

Porque no puedo separarme del recuerdo de una mesa de escuela, los patios, los muchachos. Porque el olor de los libros, el ruido del receso, el regaño oportuno, el elogio, siempre van conmigo.

Porque, cada día, de ellos aprendí, desde cuánto demoran las fases de la Luna, la vuelta del Sol, el brote de una semilla, hasta el valor de estar allí todos; meses, años, con nosotros, que crecíamos con ellos y juntos encontrábamos el mejor sentido de nuestras existencias, el único camino que nos llevara al bien, el rumbo que siempre nos mostrara la belleza, el amor, la justicia.

Porque muy temprano aprendí a admirarlos, porque no existe nada como asistir al despertar de la mente, y cuando tienes deseos insaciables de aprender, el que te extiende un libro te da las señales, te pone el mundo en un pizarrón o un simple cuaderno; ya nunca puedes olvidarlo, y viajará contigo en cada nuevo descubrimiento de saberes, en cada expedición al fondo del espíritu, a cada sitio que mires buscando una respuesta, en todas tus dudas y todas las certezas.

Y así pasa el tiempo y no vuelves a verlos, se esfuma algún nombre, un apellido, encuentras en un libro la bella dedicatoria que uno te hiciera porque fuiste quizás bueno en una clase, un examen; alguien te dice: “adivíname a quién vi y me preguntó por ti”; o te trae la noticia de aquel que dejó este mundo, entonces no puedes disimular el desaliento y te invade hasta el sonido de su voz, sus gestos, los lugares del aula y la escuela por donde caminaba, recuerdas una broma y hasta clases completas de las que de ellos recibiste.

Porque muchos tampoco llegan a olvidarte, y cuando les preguntas si se acuerdan de ti y te responden “sí, claro que recuerdo” se vuelven a encender las luces y emerge la difícil oración a la que juntos le encontraron sentido, el ejercicio que nunca pudiste acomodar en tu cerebro porque las matemáticas no eran tu fuerte, aquel suceso o personaje que siempre preferías, el sitio de la historia donde querías estar y de algún modo estuviste, o el experimento aquel que te dejó ver el ciclo del agua, el nacer del universo, y hasta un volcán con sus chispas y lava, resultado de una reacción química.

Cómo no pensar en mis maestros, cómo no llevarlos conmigo en estas y en todas las semanas; si me regalaron lo mejor que tenían, me hicieron parte de sus vidas; si los vi envejecer sin penas ni lamentos, si su tiempo fue mío. Cómo no amarlos, no hacerles saber, siempre que puedo, que de nadie hasta ahora he recibido tanto, que los llevo conmigo a donde quiera que vaya y que de momento en momento les dedico un recuerdo y a veces hasta algunas lágrimas.