Las noticias son algo de lo que no podemos escapar. Incluso aunque sean rumores, o “dimes y diretes” de esos en los que no creemos porque lo dijo este o aquel, que siempre están en lo mismo; y generalmente corremos a verificar si lo que dicen es verdad, porque es eso lo primero que queremos saber de una noticia: su veracidad.
Existen personas que expresan sentirse de un modo en que están siempre por recibir alguna noticia; así, muestran determinados estados de ánimo o inquietud. Unos creen que alguien los llamará para decirles algo, no saben qué, ni por qué amanecieron así; les suele suceder siempre bajo algunas circunstancias. Y otros expresan a cada momento el deseo de recibir alguna noticia que rompa con su monotonía: que alguien vendrá a visitarlos, que les enviarán una sorpresa, que algo ha sucedido.
Las noticias malas corren como la pólvora, dicen algunos; siempre, cuando uno expresa que hace días no sabe nada de determinada persona, te consuelan diciendo que si algo malo le hubiera sucedido ya lo sabrías; lo sueltan como verdad irrefutable, infalible.
Todos conocemos a alguien que siempre anda con una noticia en la boca, fresquita, acabadita de salir. No importa la fuente, la va repitiendo y repitiendo; y, si la encontró en Internet, la da como la verdadera fuente confiable, “porque ahí sí dicen todo”.
Nadie quiere ser portador de malas noticias, ser visto como el “ave de mal agüero”, porque se siente feo ver la cara de descontento en los otros, o el susto, y hasta el llanto.
Hace pocos días vi un post de un reconocido periodista villaclareño que expresaba que sus noticias no eran buenas, pero que eran la verdad y él había decidido asumirlas. El periodista, desde su perfil en la red social Facebook, mantiene informado a su pueblo de los horarios de apagones, de las averías en líneas eléctricas, de la tardanza de productos altamente necesarios, de la ausencia del agua y otras muchas noticias no agradables.
No está diciendo algo lindo a sus seguidores que son miles, no les está dando siempre una alegría; sin embargo, los mantiene informados, para que no sean víctimas de otros rumores malintencionados y para que se mantengan preparados.
De mil modos es atacado y criticado, como tantos otros cuya única misión es informar de manera veraz lo que su pueblo necesita y espera, por eso sigue ofreciendo no tan buenas noticias, pero necesarias, imprescindibles.
Las malas noticias se reciben con un nudo en la garganta, con un suspiro largo o callado. Con lágrimas o con la respiración cortada. Se reciben a cuenta gotas o de un tirón. Con determinación o con un miedo atroz. Se procesan lentamente o las pasas de un trago amargo.
Las buenas noticias no solo se reciben con los brazos abiertos, con sonrisas de oreja a oreja y con la alegría de siglos, si no que se piden al cielo, se esperan, aunque nadie te haya dicho que vendrán. Porque son tan dóciles las buenas noticias, tan lindas, tan dulces al paladar de los sentimientos, un bálsamo para los estados de ánimo.
Las noticias son algo de lo que no podemos escapar, vengan del lado que vengan, y sean quienes sean los portadores. Y como esa sí es una verdad irrefutable, ¿por qué no nos mantenemos atentos para saber escoger el lado de donde las vamos a consumir?, porque, aunque sean buenas o malas, si elegimos el lado correcto, serán las verdaderas, las que no nos harán tragar buches amargos ni dulces en vano.