Martí vuelve

Martí vuelve. Una y otra vez, porque nació aquí y en este continente, porque es imposible no nombrarlo cuando lo has descubierto, porque como dijo el otro gran cubano, es ese misterio que nos acompaña.

Hace unos años, desde las páginas de Invasor, José Aurelio Paz le hacía, más que un pedido, un clamor; hoy les ofrezco fragmentos de esa petición al más universal de los cubanos y de los latinoamericanos y hagámosla nuestra en esta hora de Cuba.

No nos falles, Martí, que no nos falles. Ayer me levanté con una flor en el pecho. Flor invisible que se fue, por ese hilillo de mi memoria, a mis manos de niño. Niño con maestra, casi novia, camino de la escuela para depositarla allí, junto a aquel pedazo de hombre hecho de piedra, del cual solo conocía los hombros y su cabeza por el busto, y que le llamaban Apóstol; único guardián de mi bandera, esa de “tres listas azules y dos listas blancas” ¡tan lista!, que se hicieron bordar “un triángulo rojo y una estrella de plata”.
Ayer me levanté y redescubrí la obsesión de recitar de memoria —casi sin memoria ya— versos donde la sencillez bebe del alma (…).

Ah, Martí de mis amores, ¡no me abandones, que esta plegaria no es solo mía! Es de quienes te pedimos en esta hora que no duermas. Enséñanos a subir otra vez la montaña con la misma mirada límpida, fija en la cumbre, de la muchacha manzanillera que te colocó donde debía. (...).

Que no nos falte el café, pero tampoco la vergüenza de hacer un país nuevo como aquel soñado desde la Libertad, mientras ella, angustiada, sorbía la sangre de tantos hijos tuyos por sobrevivir alzando en sus manos la Estrella rediviva, la cual volvemos, una y otra vez, a rescatar.

Exorciza ese gran necio que habita en nosotros y no permite ver más allá del meñique, que prefiere morir en el esquema ante el riesgo de ser creativo para reinventarnos en este otro viaje donde la inteligencia y la virtud nos ponga raíz y ala, como tú pediste, para llegar desde este estrecho arroyito, por donde navegamos, a mar abierto y democrático.
Sálvanos del error innecesario, de toda burocracia inútil, de la vil discriminación por cualquier causa, de todo acomodamiento, de la falta de aliento común, del poder que no lleve implícito el don de la humildad y del servicio.

(...) Úngenos de tu gracia y tu pasión en las cartas de Carmen, sostennos en brazos como a tu Ismaelillo (...) Ahora y en la hora de nuestra vida no nos dejes caer en la tentación de olvidar o vender este pasado y ayúdanos a entender tus profecías, tus conjuros (...) Muévenos el alma al camino con la generosidad que hasta aquí nos ha alcanzado hacia el más débil, el amigo lejano y más pobre aún que nosotros, con o sin sandalias, con los pies frescos o llagados pero caminando siempre. Concédenos tu gracia, pero sobre todo repréndenos si no somos sinceros y rectos como la palma para que fluya el verso cotidiano, cuando ahora sí, de verdad, “la era está pariendo un corazón... Y hay que quemar el cielo si es preciso por vivir”. No nos desampares, sigue ahí con la pupila insomne de Villena. No nos falles, Martí, no nos falles, ¡que no te fallaremos! ¡Que no te fallamos!