Lo correcto

Todavía no olvido un cortometraje español que disfruté y por el que también padecí hace algún tiempo: el joven Joaquín regresaba a su casa en auto en medio de la noche y, por una distracción, atropelló a una mujer embarazada y el pánico lo condujo a dejarla abandonada. Al llegar a su imponente mansión, contó a su madre la desgracia y su determinación de volver al sitio, socorrerla y entregarse a la justicia. Pero su madre, en un acto de desesperación, que confieso hasta intenté entender, le impidió al hijo que lo hiciera, y tramó un plan perfecto (para ellos) que lo liberaría de las culpas.

Un empleado de confianza declararía que el auto iba conducido por él; pagado, convencido de que su familia sería librada de tantas necesidades, de que sus hijos, al fin, tendrían lo que trabajando nunca pudo ofrecerles, accedió a que llamaran, lo entregaran, y esperó a que vinieran por él. Al final, cuando la policía sacaba de aquellos dominios al equivocado, de la multitud enardecida emergió el esposo de la joven, quien, desesperado también, por haber perdido tanto, alcanzó a asesinarlo.

Todavía pienso en ese pasaje cada vez que veo cómo tantas veces se puede no hacer lo correcto cuando de enfrentar la realidad de la vida de los hijos se trata.

Lejos de situaciones extremas como las narradas, todo puede comenzar cuando libramos al niño de ir a la escuela porque el primer frente frío del año llegó y es tan agradable estar acurrucados en las suaves mantas. Cuando se miente diciendo que están enfermos y se buscan documentos que lo avalan para llevarlos a un simple paseo, mientras es tan fácil y tan bueno pedir un permiso con la verdad por delante.

No se hace el bien a los hijos cuando, mediante el engaño, se libran de asistir al área deportiva porque no les gusta, porque es solo para romper zapatos, porque les da vergüenza a las muchachitas, a alguna difícil edad, jugar delante de los varones, y hasta porque algunos mayores creen innecesarias asignaturas como esas.

Hijos hay que presentan trabajos a un concurso del que no tienen idea y ni siquiera la temática les interesa, solo porque algunos padres son capaces de involucrarse a hacérselos porque quieren que brillen con una luz que no alcanzan a ganarse todavía.

Trabajos sencillos que son hechos de manera íntegra por los mayores; tareas simples que solo traerían el bien al muchacho, son realizadas en un abrir y cerrar de ojos por ellos para “salir de eso”. Mentiras pactadas con los hijos, burlando a uno de los padres, para librarlos de sus responsabilidades, sin medir cómo eso fractura su propia credibilidad ante ellos, y la consabida autoridad, que en las medidas justas solo traen bienestar al hogar y a la vida de todos, son hechas de manera consciente y pensando que eso no es algo malo.

Cuando a un maestro se le resta su valor ante el chiquillo indisciplinado, cuando alguien tiene la osadía de pedir para ellos que le aumenten sus calificaciones; cuando se paga para recibir exámenes, puestos de trabajo; cuando intentan comprar hasta carreras universitarias que fueron incapaces de conquistar; se inicia un viaje cuesta abajo del que raras veces se puede salir ilesos.

Cuando se consiente que el hijo aún menor de edad salga de fiestas, se le facilita sumas de dinero, se le permite que fume, beba. Cuando se acepta que las adolescentes tengan relaciones amorosas y hasta sexuales con hombres mayores; cuando se les celebra un embarazo a la edad de hasta doce años, porque los hijos son siempre una bendición; es incalculable el daño que se provoca en los hijos que no tienen madurez para decidir y, además, la mala suerte de que los mayores no tomen decisiones acertadas.

Cada vez que siento el impulso malsano de librar a mis niños de responsabilidades, guiada por la devoción que siento por ellos, me detengo a pensar en tristes historias como la narrada; en historias reales, conocidas, extremas, tristes y conmovedoras historias que dejan una estela de dolor y muchas víctimas. Historias que, muchas, comenzaron a engendrarse la primera vez que, por lástima o por simple despreocupación, dejamos al niño acurrucado en el calor de una suave manta.