Herminia

Herminia tenía un modo exquisito de ejercer la docencia. Para ella nada estaba concluido, siempre existía otra manera de interpretar, descubrir y de explicarlo todo. Aquello de repetir un texto de carretilla, en su modo de ver, era casi un pecado.

Por eso, cada día, en cada clase, buscaba una manera distinta de asomarnos a los temas que siempre ofrecía con gracia y sapiencia.

Éramos un grupo de alumnos que sobrepasaba los 50 y buscábamos una reorientación profesional hacia el Periodismo.

Por fortuna teníamos para nosotros un claustro con nombres excelsos del periodismo en Cuba: Manuel González Bello, Luis Sexto, Caridad Carrobello, Elsa Claro, y otros tantos que merecen ser parte del mensaje que hoy viaja en esta botella. Y aunque cada uno tuviera su manera de incendiarnos de ideas y de amor por la carrera, algo especial había en Herminia que hoy despierta mi inspiración y me impulsa a compartirlo con ustedes.

La profe jamás nos permitió decir más o menos lo mismo que otro al responder una pregunta, ni usar el viejo truco de decir lo mismo, pero con otras palabras. “¿Tienes algo nuevo que decir?”, nos preguntaba cortante, con ese gesto en su cara que nunca olvido.

Al principio aquello chocó contra los deseos de todos por participar, aunque fuera repitiendo la idea con cambios mínimos; pero muy rápido entendimos que debíamos pensar con mayor hondura, buscar aristas diferentes, un filón que nos permitiera salir airosos del “quiero que me digas algo nuevo”.

Confieso que algunos tuvimos que exprimir nuestras neuronas porque la profe no daba chance al titubeo, aunque nunca utilizara ninguna otra arma que no fuera su amabilidad.

Sin saberlo, aquel sería un magistral entrenamiento para luego mirar al Periodismo y la vida con más de una vertiente interpretativa. Algo así como ver en colores, con todos los matices posibles o con la mayor cantidad de estos.

Herminia tenía un poco de Alina Rodríguez, en su papel de la maestra Carmela de la película Conducta, estrenada en Cuba en el año 2014: sabiduría para expresarse, tacto pedagógico a la hora de dirigirse a sus alumnos, y una bondad ilimitada; ingredientes definitorios para quien abraza la docencia no como una forma de vida, sino como la propia vida.

Con ella las horas de clase pasaban sin darnos cuenta. Y queríamos más. Tal vez, salvando las distancias, del mismo modo como sucedió con Félix Varela en el siglo XIX: “Era tal la influencia de este maestro genial que testimonios de la época dieron fe de que los jóvenes de La Habana se apiñaban en puertas y ventanas del recinto donde él impartía clases.”

Por los tantos y tantas Herminia con que cuenta hoy mi Cuba amada, y por los que necesitan mirarse en ellos como en un espejo; desde la orilla más agradecida de esta eterna alumna que soy, viajan mis líneas, que las hago también voz de mis amigos de aquella aula.

Y, aunque el 22 de diciembre sea la fecha elegida para agasajarlos, a Invasor, desde este espacio que siempre es un mar de emociones, se le antoja comenzar desde ahora.

Por todos aquellos que, como nuestra Herminia, tienen un modo mágico de ejercer la docencia; para los que nada está concluido, porque conocen miles de maneras de interpretar, descubrir y de explicarlo todo, porque eso de repetir un texto de carretilla, dejar una idea solo en la epidermis, y no ir a lo profundo de la mente y el alma, es casi un pecado.