Me encontré con una historia que nos devuelve a los días más oscuros de esa pandemia que puso al mundo de cara al miedo y a la incertidumbre; que nos hizo caminar por el filo más angustioso de la vida y golpearnos con la más terrible de las realidades. Una conmovedora historia, inmensa en tanto nos acerca al modo en que una persona puso su ingenio al servicio de quienes padecían, para acompañarlos y contenerlos.
Sucedió en Brasil, en una Unidad de Cuidados Intensivos llena de silencio, alarmas, y suspiros entrecortados. Y también de soledad. Los pacientes sedados, sin fuerzas, y sin alguien que pudiera tomarles la mano.
Entonces, en medio de ese frío, una enfermera hizo algo que jamás le enseñaron en la universidad: Tomó dos guantes quirúrgicos, los llenó con agua y los ató, colocándolos uno en la palma y otro en el dorso de cada mano del paciente, como si alguien se la sostuviera todo el tiempo.
Fueron solo dos guantes llenos de agua, pero, para muchos, fue lo más parecido a una caricia humana en medio de lo que podía interpretarse como el fin del mundo.
Aquella mujer entendió en su corazón que no solo estaba allí para administrar medicamentos y otros soportes imprescindibles; ella sintió la necesidad de acompañamiento que tenemos aun en momentos en que nuestro estado de conciencia no sea el mismo, porque la necesidad de interacción con otros seres trasciende todo entendimiento y se pierde en los misterios que acompañan a la mente humana.
Pensar que alguien, en situaciones tan extremas, puede tener paz y alivio con solo sostener su mano, nos sitúa en niveles superiores en nuestra existencia, donde tantas veces estamos inmersos en lograr algo supremo, mientras alguien, a nuestro lado padece y no lo descubrimos.
Puede ser difícil entender todo el tiempo las carencias de los otros, sus necesidades más íntimas; puede resultar casi indescifrable, en medio de la vorágine angustiosa de los días, de nuestras propias desgracias y nuestras penas. Mas intentarlo, mantenernos alertas, al tanto, avisados, nos ayuda a ser, tantas veces, los únicos casi imperceptibles rayos de luz que, para algunos, representan toda la claridad que tienen.
Pienso en esa buena mujer que, incluso haciendo tanto por los otros, sintió que podía hacer mucho más, y desde una idea tan simple, e inmensa a la vez, hizo la diferencia allí donde estaba, donde era su deber cuidar, pero no hacerlo como un autómata, sino desentrañando todo lo que pudiera hacerles bien; quizás pensando en lo que le habría gustado que hicieran por ella en situaciones parecidas, o por sus seres amados.
Los días más oscuros, los momentos más tenebrosos que han puesto al mundo al borde de abismos insondables, nos dejan muchísimas marcas, imposibles de sanar; pero también nos regalan elevadas lecciones que nos sirven para seguir intentando la tan anhelada superación humana, para encontrar grandeza en pequeños detalles y hacer la diferencia, esa que puede habitar en el roce de unas manos.