Llega noviembre con viento y remolinos, con finas lloviznas o enormes aguaceros; despierta nostalgia antigua que nos lleva al recuerdo, al suspiro callado, al anhelo a veces invisible.
Llega imponente, avisando el invierno casi al final de un año, con los últimos ciclones, con no poca zozobra, sobresaltos y miedo; pero siempre será por muchos esperado.
Trae con su brisa la idea del jolgorio e ilumina las calles con azules y rojos, con guitarra y laúd, con toques ancestrales. Majagua se transforma en plaza para todos, en peregrinaciones, en sitio permanente de comparsa de congas y parranda.
Dos bandos son. La rivalidad puede ser familiar y amigable, o puede tornarse fuerte tan solo mientras dura el colorido encuentro.
Estas fiestas son las de Pepe y Joaquina. Las de niños que van a sus ensayos tomados de la mano, de seres que han envejecido apegados a la sublime tradición que trasciende las fronteras y el tiempo. Fiestas para el reencuentro de amigos, para que desde cualquier sitio regresen a su tierra quienes partieron hace tiempo y escogen esas fechas siempre para volver.
Antiguos trajes se transforman en nuevas vestimentas, de semillas y flores silvestres se adornan las hermosas campesinas y con sus parejas convierten el escenario en un retorno al pasado de inolvidable convite.
Los “rescates” son guardados en secreto mientras crece el misterio y el deseo de saber cuáles fueron los bailes sacados del fondo del olvido. Las Cubas ataviadas con la hermosa bandera anuncian las raíces que dieron paso al árbol y sus frutos que llegan hasta hoy. Los Rojos confían en que serán los vencedores, los Azules también.
Carteles, anuncios y tarimas. Rincones reservados para unos y otros; artistas que repiten cada año, conciertos, presentaciones, décimas y poesía.
Gente que camina de aquí para allá, portales llenos de otros que miran aquello cuanto pasa. Vendutas, ingenuas diversiones; la calle ancha, el paseo por donde transitarán los bandos en el día final al son de sus añejas melodías, escoltados de aplausos por gritos y emociones.
Llega noviembre con sus aires de Bandos, de un encuentro que conserva la magia de las fiestas de un pueblo; tradición cocinada a lo largo del tiempo, con exquisitos ingredientes que devuelven al paladar los sabores que no han muerto; aderezos perfectos son pasado y presente. La mesa está servida. ¡Buen provecho!