En un beso

La telenovela cubana Renacer, desde su nombre nos anuncia que la redención humana es posible, que desde las más crudas realidades se puede seguir conquistando el bien. Más allá de esa certeza, en su entramado de situaciones encontramos personajes que se mueven guiados por distintas pasiones. En medio de ellos, buscándose a sí mismo, intentando desesperadamente descubrirse, aparece Damián, un joven que se niega a aceptar que su orientación sexual lo lleva a amar a otros hombres, que tendrá que enfrentarse al miedo y a los prejuicios de su madre, y que encuentra refugio en un padre que no siempre estuvo presente, mas ahora lo abraza tal cual es.

Cuando cree encontrar el amor, cuando está junto al joven que lo pretende, hace lo mismo que todos los seres que aman: se entrega en un beso. Y esa escena sutil, hermosa, magníficamente lograda, despertó el enojo en parte del público televidente, que viene a enseñarnos que, a pesar de códigos y leyes, de la lucha incansable por el respeto a la diversidad en todos los sentidos, por la tan enarbolada y necesaria inclusión, nuestra sociedad aún carece de la fuerza necesaria, del desprejuicio para ver las manifestaciones de genuino amor entre seres del mismo sexo como algo normal.

Quizás con la intención de amplificar su disgusto, no pocos esgrimieron que esas escenas son inapropiadas porque muchos niños las ven, y “¿cómo se les explica que algo así suceda?”. Lo fácil sería recordarles que esos espacios no están diseñados para el público infantil, que en ese horario los niños deben estar enfocados en otros entretenimientos, o dormidos; decir que los adultos son responsables de alejarlos de estos productos, o taparles los ojos, como algunos expresaron que hicieron, para que no vean semejante realidad que afectó la sensibilidad de los adultos, nunca la de ellos. Sin embargo, me niego a aceptar que exista algo que no podamos, desde la sinceridad y el conocimiento, explicarles a nuestros niños, porque lo que no tienen que ver en esos horarios, en productos audiovisuales de adultos, lo encontrarán en su entorno, en su realidad, y lo mejor que podamos hacer por su crecimiento espiritual y humano es no dañarles la libertad que habita en ellos, porque los niños no tienen prejuicios, no temen; si no les enseñas el odio, crecen libres de él, como libres de él nacen y viven su primera infancia.

No me explico cómo alguien no sabe enseñar del amor más puro, porque el amor se explica solo. Por qué no dejan a los niños con sus ojos abiertos, para que nunca se les cierre el corazón. Cómo, ante el amor, no saben qué decirles, mientras tantas otras manifestaciones de todo tipo pasan escena tras escena sin que a los adultos les moleste que ellos estén mirando.

Me pregunto si quienes dejan a sus pequeños ver estos espacios se pasan todos esos minutos explicándoles que, por ejemplo, las adicciones son dañinas, que sumergen al ser humano en un camino a veces sin regreso; que la deslealtad no es buena y que separa a seres que se amaban. Si les explican que el chisme, el enredo, el “quítate tú pa ponerme yo”, no debiera enseñorearse en nuestras vidas; que el interés ciego por lo material es malsano; que la discriminación por cualquier diferencia es un crimen penado por nuestras leyes, pero, que más que eso, es una afrenta a la dignidad humana y que todos estamos expuestos a ellos.

No dejo de preguntarme si los adultos les explican a sus niños que los padres no deben abusar de sus hijos, que la violencia en los hogares debiera ser desterrada de la realidad que vivimos, que los hijos debieran venerar a sus padres y que nuestros viejos tendrían que ser cuidados.

Existen tantas cosas que necesitamos enseñarles a nuestros niños, tanto desamor en las escenas de la telenovela que debemos revertir y ponerlo ante sus ojos, que es muy malsano debatirse en cómo se le dice que es normal que dos hombres o dos mujeres se besen.

La telenovela cubana de turno es, apenas, un reflejo de la realidad, que siempre será más compleja, y que, como sabemos, siempre supera toda ficción. No debiera ser vista con mojigatería dañina, como un muestrario de males; no debería escandalizarnos, a estas alturas, cuando lo mejor que podemos hacer por nuestros niños y por nosotros mismos es confiar en el amor, y seguir creyendo en la redención humana, esa que anuncia la telenovela desde su nombre.