La noticia me encantó. Me enteraba de que la historia de mi príncipe preferido podría ser leída por aquellos que, privados de la visión, nunca habían tenido un encuentro íntimo y cercano con el singular personaje de la obra del célebre francés Antoine de Saint Exupéry.
Una versión en Braille les acercará a los ciegos y débiles visuales de todos los confines, al pequeño que salido de no se sabía dónde, interrumpió a un piloto que, perdido como estaba en medio del desierto, desconocía qué hacer con él y su insistencia.
El príncipe que no era encantado, sino encantador, que no andaba rescatando princesas ni luchaba contra dragones; que no destruía maleficios ni conquistaba comarcas cercanas. Ese príncipe que no vino a caballo ni caminaba los jardines de ningún castillo de altas torres, esbelto y seductor; me cautivó desde su primera petición: “¡Dibújame una oveja!”
Venido de muy lejos, enamorado de su flor, insistente como cualquier muchachito que no entiende los cálculos de los mayores; preguntón, dador de las más increíbles de las respuestas; nunca abandona un corazón en el que haya entrado.
No puede estar ese pequeño lejos del alcance de alguien, ahora que muchas veces no vemos la belleza que habita en todas partes; ni qué decir entonces de aquella que solo no es invisible para el corazón. Cuando más que nunca las cifras nos envuelven; la gente persigue frenéticamente lo inalcanzable y desdeña lo que está a su mano. Cuando se ordena y manda sin saber qué hacer para ser bien servidos. Hoy que muchos han olvidado lo simple que resulta obtener una puesta de sol.
No puede volver a su asteroide de inolvidable número, y dejarnos con dudas; sin conocer lo que es un rito, sin recordarnos cómo es que una simple flor es única en el mundo y cómo cuidarla de los males.
Cómo se crean amarras, se seduce, cómo te atas tanto a alguien que puedas recordarlo a través de un color, como le enseñó a él aquella zorra que vivía en el mismo mundo donde habitaban las deliciosas gallinas y el temido cazador.
No podemos perderlo de vista, dejarlo partir sin que nos diga cómo descubrió el elefante tragado por la boa, por qué quería una oveja que no se le muriera. Por qué no aceptó el enorme jardín de flores idénticas y bellas. Cómo se insiste en algo, aunque parezca absurdo.
Aquella era una buena noticia, porque anunciaba al mundo que el exquisito personaje ya no estará alejado de alguien. Sabemos que nos mira dichoso desde un punto perdido en el espacio, que está en cualquier estrella, en cualquier sitio que andes; en todas nuestras dudas y en todas las respuestas.