De animales y enseñanza

Cuando un lobo va perdiendo la pelea contra otro lobo y entiende que ya no tiene posibilidades de ganar, ofrece apaciblemente la yugular a su oponente, como si dijera: “Perdí, acabemos con esto de una vez”. Sin embargo, en ese momento tiene lugar lo increíble: el lobo ganador se paraliza; una fuerza milenaria le impide matar al que reconoce la derrota. Algún mecanismo primario, incrustado en el ADN o más allá de este, le recuerda que la especie es más importante que el placer de eliminar al contrincante. ¡Qué maravillosa relojería instintiva!

Nadie llamaría cobarde al lobo que se entrega ni conmiserativo al que se paraliza; simplemente, el milagro ocurre. Ni vencedor ni vencido. Ambos se alejan y la rueda de la vida continúa.

Cuando una madre cangura envejece, sus hijas la rodean y cuidan de ella; realizan todo lo necesario para que la anciana madre, imposibilitada de buscar alimentos por sí sola, siga viviendo.

Cuando un águila se avejenta, sube hasta lo más alto de una montaña y allí comienza a arrancarse plumas, uñas y pico envejecidos contra las rocas, en un proceso muy doloroso; luego espera a que todo le renazca y estará lista para vivir unos 70 años más.

Estas son historias de animales que me encuentro por ahí, con la invitación a que los humanos seamos como ellos. Y siempre me digo, ¿por qué tenemos que aprender de los instintos animales, si somos una especie dotada de inteligencia y sentimientos para lograrlo todo?

Cuando unos hijos no rodean a sus ancianos padres y los llenan de cuidados, son unos desnaturalizados, y nuestra especie pierde; no hay que aprender de los canguros para saber velar por nuestros viejos, que son los cofres más maravillosos que atesoraremos siempre.

No tenemos que entender por qué un lobo vencedor se paraliza ante el vencido para aprender a ceder, a ser humildes; solo debemos hacer valer lo que nos aleja del instinto animal.

Es difícil, a cualquier edad, cambiar de trabajo, una nueva relación amorosa, mudarse de casa, irse a otro país; y se necesita coraje, pero no tenemos que ser como el águila para seguir viviendo, sino seres humanos, poseedores de todos los resortes que nos ayudan constantemente a reacomodarnos para que nuestra existencia sea lo más placentera posible.

Amo a los perros, mas nunca coincidí con aquello de que son los mejores amigos del hombre: el mejor amigo de un humano es otro humano, porque los ejemplos de amistad verdadera sobran por todas partes, y no es válido confundir el instinto de los animales con un sentimiento real.

Muchas veces los humanos se han dejado llevar por sus peores emociones al actuar; así depredan el planeta, arrasan con todo a su paso, y olvidan que se deben al llamado de su especie, que espera de ellos el bien y la justicia.

Para lograr eso no tienen que ver cómo trabajan las abejas, cómo viven las hormigas, cómo los osos y pingüinos cuidan de sus hijos; solo deben buscar dentro de ellos mismos y encontrar la bondad y sabiduría que les yacen dormidas, para después intentar ponerse al servicio de su especie, que es, en definitiva, de la que debemos aprender todo lo elevado y sublime.