Cuestión de juegos

Alejandro quería jugar a las casitas. Las niñas no lo dejaban. Ellas se pasaban la enorme muñeca de unas manos a otras, y la devolvían aburridas; los patines parecían más atractivos, los dominaban. El niño miraba el juguete y extendía los brazos, cogía el pomito de leche, pero Alis le decía que no, que los varones no jugaban con muñecas.

Quise ayudarlo, pero no fue necesario, desde el fondo de su inocencia le respondió: ¿Quién te dijo que no? ¡Yo voy a cargar a mi hermanita y a darle la leche porque ya tiene hambre! Contra eso no pudieron, enseguida él la tenía entre sus brazos, arrullándola, dándole de tomar y mandando a las niñas a hablar bajito porque seguro se dormía.

No sé decir lo que sentí sin parecer exagerada, porque muchas cosas pasaron por mi mente en unos segundos. Qué lindo el pequeño, qué gracioso, había que verlo determinado a que nadie le impidiera cargar la muñeca de pelo dorado y vestido verde.

No quería patinar ni halar la carretilla donde otras dos niñas estaban montadas pidiendo que las pasearan. No quería la bicicleta ni el camión; él prefería la belleza de aquella que parecía una niña y le despertó un sentimiento irrefrenable, más allá de lo que durante siglos las personas han preestablecido para los juegos entre niñas y niños.

Me enterneció el deseo del niño y su forma de imponerse para lograrlo. Porque no es común, porque casi nunca prefieren la casita y las muñecas, porque a casi todos se las quitan de las manos y los privan de apreciar algo tan bello, mientras les dicen frases cariñosas o les cantan una canción de cuna.

Parecen los varones condenados a mataperrear, y si bien es cierto que a muchos no les alcanza el día para el juego, otros prefieren esparcimientos más apacibles, lejos de los árboles, la carriola, el camioncito, la carretilla y hasta de las codiciadas bicicletas.

¿De dónde sacó Alis la idea de que los niños no pueden jugar a las casitas? ¿Por qué Alejandro desconocía que aquella muñeca no podía tenerla entre sus brazos? ¿Por qué nos tiene que llamar tanto la atención que un niño arrulle a una muñeca y diga que es su hermanita?

Muchas preguntas me hago desde ese día en que no pude dejar de sentir pena por los dos niños, víctimas ya de lo brutal que puede ser la realidad de ellos por vivir en un mundo donde los mayores determinan qué deben o no hacer los de uno y otro sexo.

Venimos a la tierra sin prejuicios, sin saber cuál juguete o color es el adecuado; y así sin prejuicios debíamos seguir, libres de jugar con lo que nos atraiga, que encienda nuestros días y nos haga sentir alegres.

Así crecen los pequeños, privados muchas veces de explorarlo todo, de disfrutar sin barreras, sujetos a lo que piensan los mayores qué es lo bueno, por miedo a que después sigan haciendo lo que no se ve bien, según su sexo.

Así crecen muchos niños, porque si se ponen a dormir una muñeca serán unos flojos, y si quieren jugar a las casitas tendrán que hacer de papá y no podrán entonces ni hacer ni repartir la comidita. Y lo malo no es que cuando sean grandes no quieran compartir las labores del hogar, ni cargar a sus hijos, amarlos y mimarlos.

Alejandro quería jugar a las casitas, las niñas no lo dejaban; porque los niños no juegan con muñecas; sin embargo, desde su corazón y su inocencia, estalló una pregunta que ojalá no lo abandone nunca: ¿Quién te dijo que no?