Cuentan que un joven caminaba hacia el pueblo donde viviría; sentado en una piedra a la entrada encontró a un anciano y le preguntó cómo era la gente del lugar, a lo que este respondió: ¿Cómo es la gente que dejaste? Gente llena de bondad, contestó el muchacho, me duele dejarlos, siempre prestos a ayudar, a acompañarte; siempre con frases de consuelo en sus labios, con las manos extendidas, el hombro dispuesto.
“¡Así mismo es la gente de aquí!, volvió a decir el anciano y siguió mirando el horizonte!”.
Después de unas horas, otro joven le habló al anciano, quería saber lo mismo, cómo era la gente de ese pueblo. “¿Cómo es la gente que dejaste?” Volvió a responder. “Pura gente envidiosa, llena de maldad; traicionera. Siempre dispuesta a dañarte”, respondió el muchacho con la mirada perdida. “¡Así mismo es la gente de aquí!”, dijo el anciano sin apartar la vista del camino.
Alguien que había presenciado ambas escenas le dijo confundido al viejo que no entendía sus respuestas. Este le comentó que a cada sitio que vayas encontrarás en las personas lo que llevas dentro de ti. “Si llevas la bondad, encontrarás bondad, igual si llevas odio”.
La preciosa anécdota viene, muchas veces, a mi mente; la evoco sobre todo cuando alguien cercano a mí me ofrece una visión de alguien que no coincide con la que los demás tenemos; y sé que se debe más a lo que el otro lleva dentro de sí que a la realidad.
Existe más de una teoría psicológica que lo explica, pero más allá de esas, que nos ayudan a entender la mente humana, yo pienso en lo que nos guía a entender los corazones.
Son difíciles los vericuetos de la mente, dichosos quienes los exploran, profundizan y son capaces de mirarse a ellos mismos como si miraran a los otros; así es más fácil mirar y aceptar a los demás casi como la semejanza de nosotros mismos.
Quienes no lo hacen, no se ven, no se descubren; casi siempre tendrán una mirada engañosa de los demás; siempre el otro es el culpable de la mala comunicación, del desacuerdo. La ojeriza que siente por cualquiera es justificada y ni siquiera piensa en que puede ser él quien se equivoca.
Siempre llego a los lugares sabiendo que están llenos de personas dispuestas a ofrecerlo todo, a ayudar, a tener un sí a flor de labios, una mirada linda, una sonrisa salvadora.
No siempre encuentro lo que busco, pero insisto con mis mejores palabras, con mi más despampanante risa, con los halagos que jamás regateo y que también muchos esperan. Con los sí que busco de los otros, con la mano extendida que quiero que me ofrezcan.
Rodearse de gente generosa puede parecer una utopía; pero sé generoso y el camino se abre. La gente buena no hay que buscarla con lupas, hay que mirarla con aquello que de buenos llevamos con nosotros.
Es hermosa la anécdota del viejo, me gusta la romántica idea de que es un sabio que mira al horizonte y al camino, porque ahí se encuentran las mejores respuestas. Sin embargo, lo prefiero generoso, con un corazón grande que le dicta a su mente cómo es que se descubre en cada ser los más ocultos sentimientos, las más grandes verdades, la bondad necesaria; el amor, todo lo bello y bueno.