Adiós a las hachas

Las matas de mango de mi patio han soportado muchos ciclones. Ni las podas, la fuerza atroz del viento u otras inclemencias han evitado que sigan majestuosas y sobresalgan por encima del techo de la casa. Cada año dibujan de amarillo los alrededores e inundan con su dulce olor todos los espacios.

Nacieron de semillas que quedaron después de terminar las deliciosas frutas. La postura velada, protegida, hasta que fue certeza el arbolito; y de ahí a flor y a fruto después de muchos aguaceros.

Veo mis matas de mango y no veo la imponente raíz que amenaza la acera del frente de mi casa; veo al niño que pide desde la cerca un mango, veo el regalo que es, el dulce, el jugo.

Veo mis hijos meciéndose en la hamaca, pateando una pelota, compitiendo a las bolas debajo de su sombra.

Escucho la risa, el tropelaje, la inocente pelea porque alguno hizo trampas. Veo la negra tierra, abonada por sus desprendidas hojas.

Cuando veo cualquier árbol no imagino un hacha; yo presiento la flor, el nido de pájaro, el verde lagarto, el delicioso fruto. No puedo pensar en los gajos desechos, veo un banco, el abuelo que pasea al nieto y es feliz, el aire fresco, las hormigas que caminan por los troncos.

Miro el follaje y no veo la hoja que caerá ensuciándome el jardín; siento el murmullo del viento, veo la luz que, descompuesta y hecha color, llega a mis manos.

Escucho una sierra y me sobresalto, mas no presiento que acabará con uno; imagino en cambio el árbol de la fotografía hermosa, veo el zunzún, la libadora abeja, la mariposa que pasará su fugaz vida entre sus hojas.

Veo el parque, la avenida, respiro el aire puro, siento el grillo, el gorrión, la lechuza en las noches. Veo el gato que sube por un tronco persiguiendo un bocado. La rana, la orquídea, el curujey.

Cuando veo un tronco mutilado, no quiero ver el fantasma de lo que un día fue, ni el moho, el hongo, el insecto que busca en los despojos.

Yo veo la luz, el agua, busco el brote que puede reventar y anunciar otro árbol, otro fruto, mucha sombra. Recuerdo el olmo viejo de los versos del poeta español, que hendido por el rayo y en su mitad podrido algunas hojas verdes le han nacido, y me quedo tranquila, esperando los próximos milagros de la primavera.

Veo las matas de mango de mi patio, frondosas, que se empeñan en conseguir el sol, la próxima cosecha; e imagino a mis nietos comiendo de sus frutos, jugando con las hojas, disfrutando su sombra. No quiero imaginar que un día tengan que morir, y si eso sucediera, pues no lo quiero ver.