Hoy, amables lectoras y lectores, he preparado —es mi opinión muy personal— un tema que, además de sugerente y atractivo, es también una pincelada histórica de la cual es el protagonista uno de esos cubanos que se hicieron notar —por supuesto, de manera positiva en extremo— en el exterior de su amada ínsula caribeña: la bella Cuba.
Se trata de un hijo de la tierra caliente, como suele llamarse a la indómita, rebelde y hospitalaria Santiago de Cuba. Su nombre: Pablo Lafargue (1842-1911).
Sepan entonces que cursó los estudios primarios en su país, y que, pasados unos pocos almanaques, su tronco paterno liquidó un pequeño comercio de su propiedad, recogió los bártulos y, con familia y todo, fue a parar nada más y nada menos que a Francia.
Debo decirles, para un conocimiento más integral de este personaje, que su papá era hijo de un judío francés y su mamá descendiente haitiana, mulata, que vivía en Santiago de Cuba, luego de alejarse del revuelto Haití anticolonialista.
Pero les digo algo más. Lafargue fue discípulo y compañero de Karl Marx, autor de esa colosal obra titulada El capital. También fue su yerno. Interesante, ¿verdad?
Ya en la capital gala, y con unos pocos años más, se le vio matriculado en la Facultad de Medicina, con sede en París.
Inquietudes, parece que el joven cubano las tenía. Él había tomado parte en un evento estudiantil que tuvo como sede a la ciudad belga de Lieja, y con esa acción se buscó el resquemor de las autoridades universitarias, al extremo que le fue vedado el acceso a las aulas. Así las cosas, tuvo que liar el equipaje y mudarse a Londres, con el fin de continuar estudios.
De carácter afable y dotado de una excelente educación, pronto el joven cosechó amistades. Entre sus nuevos amigos y camaradas estuvo Karl Marx, cuya casa frecuentaba con regularidad. En una de las misivas que Marx le remitiera a Federico Engels, le decía: “El muchacho empezó a encariñarse conmigo, pero pronto traspasó el cariño del padre a la hija”. La damita se llamaba Laura. En 1866 uno y otra formalizaron sus relaciones.
Por supuesto que las características del joven Lafargue aumentaron la estima de Marx, quien lo consideraba un colaborador eficiente, serio y respetuoso, que, además, era inteligente y capaz, e “interpretó con fidelidad su obra”.
Pablo Lafargue, amigas y amigos de la gran Red de Redes, fue, además, el primer diputado socialista en el Parlamento francés, según aparece en los datos aportados por el portal digital cubano Ecured.
El final de esta breve reseña no es muy feliz, pues el 25 de diciembre de 1911, “convencidos de que habían vivido suficiente, Pablo y Laura se quitaron sus vidas de común acuerdo, luego de haber pasado una espléndida tarde en un cine de París y regalarse unos pasteles de hojaldre”.
Lafargue dejó para la posteridad un grupo de obras, entre estas, un libro al cual se le dio destaque, titulado El derecho a la pereza. Se le reconoce a ese texto una importancia capital, pues fue “uno de los más difundidos de la literatura socialista mundial”, solo superado en ese aspecto por el Manifiesto comunista, de Karl Marx y Federico Engels.
La fuente precisa que ante su tumba hablaron varias personalidades, entre estas Jean Jaurès, líder socialista francés, y un exiliado ruso de nombre Vladimir Ilich Ulianov, más conocido por el seudónimo de Lenin.
Curiosidades
• ¿Es correcto afirmar que las fases de la luna afectan nuestro estado psicológico? Pues miren, la respuesta es negativa, según un estudio dado a conocer por la revista científica General Hospital Pysichiatry, que desmiente esta tradición al afirmar, rotundamente, que no existe relación alguna entre patologías y luna en cuarto creciente, cuarto menguante o fase de luna llena.
• No lo olviden, amigos internautas, el arte de hacer un libro se conoce como bibliopia.
• Un curioso y útil consejo: Si por esas casualidades de la vida, usted se sienta sin revisar el lugar y sale del asiento con un chicle pegado al pantalón, no se desespere. Coja un pedazo de papel y frote durante tres o cuatro minutos al susodicho chicle. Cuando note que la masa se ha puesto dura, despéguelo con una espátula o simplemente con las uñas.
• “El hombre no muere cuando deja de existir, sino cuando deja de amar”, bella sentencia rubricada por José de la Luz y Caballero (1800-1862), filósofo y educador cubano.
• Alaska, según los habitantes del gélido lugar, quiere decir Tierra Grande. Allí es tan riguroso el clima imperante, que obliga a que la mitad de la población esté compuesta por habitantes “golondrinas”, o sea, que solo permanecen allí un promedio de cinco años. En ese frío sitio predomina la gente joven y hay 132 hombres por cada centenar de féminas.