Tomada de habanaradio.cu En la primera mitad del siglo XIX, la creación de una Academia de Ciencias constituía la ilusión de un grupo de científicos cubanos, quienes se convirtieron en voceros de esa necesidad.
“Siquiera no fuese más que por orgullo nacional, debiera hacérsele entender a los forasteros y extranjeros, principalmente, que no nos ocupamos solo en hacer azúcar y cosechar tabaco, sino que cultivamos también las ciencias”, sentenció uno de los principales promotores de ese sueño, el médico cirujano Nicolás José Gutiérrez Hernández (1800-1890).
Sepan, las amigas y amigos de la Gran Red de Redes, que fue el primero de once hermanos y se distinguió al alcanzar siempre los primeros premios en los exámenes. En el convento de San Juan de Letrán, comenzó los estudios de Filosofía en 1817 y, tres vueltas al sol después, obtuvo el grado de Bachiller en Artes.
Pero desde niño manifestó vocación por la Medicina y, cuando se abrió —en el Hospital Militar de San Ambrosio—, el primer curso práctico de Anatomía, Fisiología y Química, matriculó, estudiando aún el bachillerato.
Fuentes especializadas en la vida y obra de este eminente médico refieren que rindió un examen de tanta brillantez, —y tan novedoso para su época— que, le valió la promesa de que la Sociedad Económica de Amigos del País costearía sus estudios médicos en París o España; lo que nunca se cumplió.
Eso no amilanó al joven Nicolás. Decidió iniciar prácticas para lograr el título de cirujano latino en el Hospital de San Francisco de Paula, aprobando el ejercicio tres años más tarde. Estudió la carrera de Medicina en la Universidad Pontificia, en la que se le otorgó el título de Bachiller en Medicina y recibió los conocimientos derivados de los progresos de las ciencias médicas en Europa.
Su aspiración era obtener los grados mayores de licenciado y doctor en Medicina. Inició el período de prácticas, recibiendo en 1825 el diploma que lo acreditó como médico y la autorización para ejercer dicha profesión. Solo dos años pasaron para que obtuviera los grados que ansiaba.
De otra fuente extraigo que realizó estudios en Francia y, a su regreso a Cuba, pasó a ser cirujano mayor del Hospital Militar. Introdujo el uso del estetoscopio y la auscultación para diagnosticar enfermedades respiratorias y circulatorias.
Este eminente médico habanero realizaría varios aportes a la medicina y la ciencia antes de convertirse en el principal promotor de la creación de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de la Habana.
Fue el primero en practicar la litotricia; extirpar pólipos uterinos; emplear el método de Ricord para la curación de la sífilis; efectuar la tenotomía del pie equino; hacer la ligadura de las arterias radial e iliaca interna y externa en los casos de aneurismas, emplear fórceps en los partos; tratar el hidrocele por medio de la inyección de tintura de yodo; administrar el cloroformo para la anestesia quirúrgica; operar abscesos del hígado; llevar a cabo rinoplastias; embalsamar por el método de Gannal; curar radicalmente la hernia inguinal y emplear el vendaje inamovible de fracturas.
Sobre estas técnicas innovadoras publicó un libro en 1839, y aquí les dejo una curiosidad: por encargo de Tomás Romay, atendió en sus últimos días al Obispo de La Habana, Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, embalsamó su cadáver y confeccionó su ¡mascarilla mortuoria!
La primera revista cubana dedicada exclusivamente a la medicina, Repertorio Médico Habanero, contó entre sus fundadores con Nicolás Gutiérrez Hernández. Impartió cursos sobre partos, clínica quirúrgica y grandes operaciones, nada más y nada menos que con demostraciones de ¡cadáveres!
Según el portal cubano Ecured, a la muerte de Tomás Romay se convirtió en la figura principal de la comunidad médica habanera. Pero su más trascendente legado fue el papel protagónico desempeñado para a la aprobación por parte de la metrópoli española de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, inaugurada, finalmente, el 19 de mayo de 1861; de la que por supuesto, fue el presidente fundador, reelegido como tal hasta su fallecimiento, siendo miembro de Mérito en 1863; y rector de Universidad de La Habana entre 1879 y 1880.
Reconocido por sus aportes, le fue otorgada la Gran Cruz de Carlos III y de Isabel la Católica; y Médico de Cámara de Su Majestad el Rey de España, otorgada por el Gobierno hispano en 1883. Socio de Honor de la Sociedad de Estudios Clínicos, del Centro Médico-Farmacéutico de Cienfuegos, y de las sociedades económicas de Santiago de Cuba y La Habana.
Fue miembro de varias instituciones extranjeras, entre ellas: la Accademia dei Lincei, de Roma, Italia; la Academia de Ciencias de Nueva Orleáns, EE. UU.; y la Academia de Cirugía de Madrid, España; y vicepresidente del Congreso Médico Internacional celebrado en Washington, EE.UU., en 1887.
Realizó numerosas publicaciones, tales como Memoria del cólera morbus en La Habana, Breve manual de medicina operatoria para el curso de 1839, Curso de Anatomía al alcance de todos, Relaciones entre la Fiebre amarilla y la Fiebre biliosa de los países cálidos, entre otras.
Al acontecer su muerte, por las virtudes y numerosas hazañas de este trabajador infatigable, que mantuvo un permanente contacto con los avances de las ciencias médicas y los trasmitió a sus semejantes, mereció el respeto, la consideración y el tributo, pues dejó un bello y valioso legado a la ciencia y a la cultura nacional.
Curiosidades
• ¿Sabían las amigas y los amigos internautas que una persona adulta es capaz de respirar nada más y nada menos que de ¡cinco o seis litros! de aire por minuto? Ah, y a través de la respiración expulsamos casi la mitad del agua que bebemos.
• Todos tenemos derecho a equivocarnos si hacemos algo, ¿cierto?, porque al decir del poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), “el único hombre que no se equivoca, es el que nunca hace nada”.
• Si tienes un pequeño acuario o pecera debes conocer que el dos por ciento de los peces son ¡hermafroditas! La mayor parte de ellos cambian de sexo en alguna etapa de su vida, por ejemplo, ante la falta de un macho dominante en el grupo.
• Conozcan, las amigas y amigos que gustan de estas breves cápsulas, que un pequeño enjambre de un kilómetro cuadrado de la langosta del desierto, tiene el potencial de comer en un día la misma cantidad de alimentos que ¡35 000 personas!, por lo que una invasión de estos insectos puede agotar las reservas de alimentos y suponer una grave amenaza para la seguridad alimentaria de la población.
• “Del dicho al hecho hay un gran trecho”. Esto nos enseña que es muy fácil opinar y hablar, pero lo difícil es llevar algo a la práctica. Si lees las fábulas de Esopo (564 a. n. e.) encontrarás muchas enseñanzas para la vida.