En una singular cubana, por más señas villaclareña, basaré hoy este espacio que pretende llevar datos de interés de cubanas y cubanos devenidos, a su paso por la vida, en personalidades públicas, queridas y respetadas, no solo en el ámbito local, sino que han trascendido allende el mar.
Hoy quiero hacerles llegar un esbozo biográfico de una mujer cuyas acciones nobles, solidarias y desinteresadas le merecieron que su pueblo la identificara —vox populi— como La Benefactora. Me estaré refiriendo en estas cuartillas a Martha de los Ángeles González Abreu y Arencibia, más conocida como Martha Abreu, La Benefactora (Santa Clara, 1842-París, Francia, 1909)
El primer llanto ocurrió en cuna de familia con muy buena posición económica. Perteneció a la exclusiva sociedad de su tierra natal desde sus años mozos, aunque sus periplos, tanto por los Estados Unidos como por Europa, le posibilitaron captar y valorar las diferencias existentes en las capas humildes de aquellos lares. Sus padres le propiciaron una buena educación que sus biógrafos catalogaron de una “profunda instrucción y refinada cultura”. En 1872 la familia fija su residencia en la capitalina Habana.
Su compañero de vida fue el abogado Luis Estévez y Romero. Con este joven, ella radicalizó sus convicciones e ideales, no solo patrióticos, sino también humanistas. Datos aportados por el portal cubano Ecured precisan que, tras el deceso de sus troncos materno y paterno, Marta, “de común acuerdo con sus hermanos, decidieron materializar la voluntad póstuma de la familia de dedicar la fortuna a realizar una extensa obra benéfica…”.
Se conoce, por publicaciones de la época, que su obra más sobresaliente devino la construcción y puesta en funcionamiento del majestuoso teatro La Caridad, que fuera inaugurado el 8 de septiembre de 1885. Así, La Benefactora dotó a la urbe “de la institución cultural más relevante de esa centuria en Santa Clara”.
Resalta, además, para celebrar el 198 cumpleaños de la fundación de Santa Clara, su idea de erigir en la entonces Plaza de Armas —ahora parque Leoncio Vidal— “un obelisco a la memoria de Juan Martín de Conyedo y Francisco Hurtado de Mendoza”. Se afirma en la citada reseña “que desde muy pequeña se descubrió en Martha una gran sensibilidad caritativa y dadivosa”.
Es conocido que, al asumir la posesión de sus bienes, que incluían grandes dotaciones de esclavos, ella y el esposo les dieron la libertad, les otorgaron parcelas de terreno y contrataron a los que realizaban labores domésticas, convirtiéndolos en asalariados.
Por supuesto que estas y otras medidas llamaron la atención de las autoridades de la Metrópoli y del gobierno colonial, que los obligó a salir del país, y así se trasladan hacia Francia, donde —era de esperar— Marta y su compañero conspiraron y recaudaron fondos para la guerra contra la colonia española. Desde la capital gala reforzaron vínculos con Ramón Emeterio Betances. Y en 1899 regresan a La Habana.
Estrada Palma, que por entonces era el delegado del Partido Revolucionario Cubano, aprovechando el prestigio ganado por la pareja, selecciona a Estévez para que opte por la vicepresidencia de la república; este acepta, pero se da cuenta de los manejos politiqueros del presidente y renuncia. Así, en la segunda intervención de los EE.UU., Marta y su esposo retornan a Francia, donde, tras una riesgosa operación, fallece La Benefactora el 2 de enero de 1909.
Curiosidades
• Sepan que una de las primeras voces que quedó preservada para la historia, tanto en cilindros como discos —soportes de las grabaciones— fue la famosa y genial soprano de la Mayor de las Antillas, Chalía Herrera.
• “El amor consuela como el resplandor del Sol después de la lluvia”, es una sentencia que destaca por la belleza del lenguaje, rubricada por el archifamoso poeta y dramaturgo inglés William Shakespeare (1564-1616).
• Los invito, amigas y amigos de la Gran Red de Redes, a conservar la siguiente locución latina: Cuius regio, eius religio, que significa “De tal país, tal religión”, para expresar que se propicia, generalmente, la religión dominante en el propio país.
• Bucéfalo, amigos internautas, fue propiedad del gran conquistador Alejandro Magno. Ese hecho lo convirtió —al noble equino— en el más famoso de los anales. Historias llegan hasta nuestros días de que Alejandro, jinete del brioso corcel domado por él mismo, conquistó países colindantes en el Mediterráneo, el Mar Egeo y el Golfo Pérsico. A lomo de su bello potro, el Magno hizo leyenda desde Grecia, hasta nada más y nada menos que la India.
• Según reza una añejo mito alemán, el gran emperador germánico Federico I Barbarroja, quien pereciera ahogado en Asia durante la Tercera Cruzada, no está fallecido, sino que se halla dormido en alguna apartada caverna y algún día despertará de su letargo. Nada, cosas de los emperadores.